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Alberto Míguez

Los hechos y los pretextos

las rencillas entre el primer ministro y el ministro del Interior evidencian las intenciones secretas del presidente Chirac (que, por cierto, no abrió la boca desde que se iniciaron los incidentes) para acabar con Sarkozy

Nada más iniciarse hace diez días los incidentes entre jóvenes y niños (a veces, más niños que jóvenes) en los barrios periféricos de Paris y las "cités" (urbanizaciones de los alrededores) salieron los espabilados de siempre explicando las "razones profundas" de esta ola salvaje de violencia y delincuencia.
 
Estas razones serían  la discriminación y el racismo al que están sometidos estos jóvenes (casi todos ellos franceses por nacimiento), la pobreza familiar, el paro (en algunas cités, superior al 30 por ciento), el fracaso escolar, la reducción de las subvenciones sociales en los barrios afectados, la injusticia y la desigualdad. Y, por supuesto, el Gobierno, y especialmente el un tanto parlanchín ministro del Interior Nicolás Sarkozy, de quien se dijo que había calificado a los jóvenes de las barriadas de "escoria", algo absolutamente falso. Lo que no ha impedido que los medios de comunicación españoles —y, sobre todo, las televisiones— lo dieran como dogma de fe para adobar unas imágenes chocantes pero espectaculares.
 
Pocos medios españoles, en cambio, se hicieron eco de lo que todo el mundo sabe en Francia y sobre todo quienes están sufriendo esta barbaridad, algunos de los cuales son padres o familiares de los autores. Estas gentes son las victimas principales de los enfrentamientos entre bandas de jóvenes y la policía. Varios cientos se han quedado sin trabajo tras los incendios.
 
Los hechos son claros por muchas vueltas que se les de: grupos de delincuentes y marginales, mezclados con fanáticos islamistas educados en las llamadas "mezquitas de garaje" controladas por los amigos de Ben Laden, han organizado esta supuesta guerrilla urbana tras la muerte en  condiciones confusas de dos chicos en un transformador eléctrico mal resguardado cuando supuestamente eran perseguidos por la policía. Estas bandas mafiosas controlan el tráfico de drogas en las barriadas y en algunos casos están organizados militarmente: han convertido las "cités" en terreno de caza y venta ante la impotencia.
 
Los habitantes de las "cités" lo saben de sobra, sufren en silencio (la "omertá" funciona con implacable eficacia) el permanente chantaje de los delincuentes y la policía "de proximidad" no actúa por miedo o desánimo. Por supuesto, no es la primera vez que se incendian comercios, supermercados, automóviles, grupos escolares, garajes o fábricas. La novedad estriba ahora en cierta coordinación centralizada y en los medios utilizados por estas gavillas de delincuentes que en varias ocasiones han disparado contra los vehículos de policías y bomberos cuando éstos se dirigían a extinguir uno de los muchos incendios.
 
Los hechos son también que el Gobierno de Dominique de Villepin es una jaula de grillos y las rencillas entre el primer ministro y el ministro del Interior evidencian las intenciones secretas del presidente Chirac (que, por cierto, no abrió la boca desde que se iniciaron los incidentes) para acabar con Sarkozy, que pretende sucederle, colocándole en el Ministerio de más riesgo y más difícil.
 
Los hechos son también que la policía (y especialmente las CRS, Compañías republicanas de Seguridad) ha demostrado una peligrosa ausencia de operatividad en sus actuaciones por falta de motivaciones, incompetencia o falta de material adecuado. Los hechos son también que el aparato judicial carece de una legislación adecuada para aplicar castigos acordes con la gravedad de los hechos y que los niños o adolescentes que participan en este tipo de "razzias" difícilmente son sancionados, y lo mismo sucede con sus familias, responsables subsidiarias.
 
Culpar del estallido al fracaso escolar, la inopia parental o la xenofobia son pretextos que aquí y allí resultan políticamente correctos. Pero no explican los hechos ni permiten atajarlos. Mientras tanto a Sarkozy le ha tocado pechar con este fardo pesadísimo y muy difícil de llevar. Cuando hable la esfinge (Chirac), el ministro del Interior podría pagar los vidrios rotos —nunca mejor dicho— de esta catástrofe urbana.

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