Cuando el presidente de Irán declara que hay que “borrar Israel del mapa”, y encabeza una manifestación cuya bandera reza: “¡Mueran los judíos!”, llamando no sólo a asesinar a Ariel Sharon, sino también a Simone Veil, premio Príncipe de Asturias, y varios millones más, los gobiernos europeos se extrañan. Por ejemplo, invitan a los embajadores de Irán, a una clásica copa de vino español (eso Moratinos, Douste-Blazy, más bien champán), pero como los musulmanes no beben alcohol (en público), les pusieron coca-coca y chupa chups, lo cual fue considerado como una provocación imperialista y humillante, por dichos embajadores.
Ayer, lunes, la prensa gala suspiraba de alivio: Ahmadinejad, habría dicho que se había limitado a decir lo que decía Jomeini. Ah, bueno, se consuelan los franchutes, si lo dijo Jomeini, lo dijo Alá, y por lo tanto, todo queda en la órbita teológica, y no política y aún menos militar, de la justa interpretación del Corán. Lo cierto es que no sólo Jomeini declaró que había que asesinar a los judíos y destruir Israel, también lo dijeron Nasser, Arafat, La Liga Árabe, Hafed el Assad, Sadam Hussein; y lo repiten Bin Laden y el Consejo islámico mundial recientemente reunido en la futura capital de Europa: Ankara. Y lo dijo su precursor, un tal Hitler, ¿no sé si recuerdan?
Mi horno no está para bollos, porque un país como Irán, fanáticamente musulmán, y con armas nucleares, constituye un grave y muy real peligro, para Israel, desde luego, pero también para el mundo. Pero mi ironía no intentaba aminorar dicho peligro, sino manifestar mi desprecio ante la cómplice cobardía de tantos tragarranas, y se merece comentario aparte. En cambio, los medios se volcaron para sacar de su órbita lo que califican de “CIAgate”: si Fulano dijo a Zutano (o sea a la periodista con el mismo nombre y apellido que la hija de Lacan: Judith Miller), que la esposa del ex embajador era de la CIA, y demás chismes. Lo primero que yo veo en este paripé mediático es la firme intransigencia de la Justicia norteamericana.
Dos temas dominan la marisma habitualmente designada como “política interior”: la ampliación del capital de EDF, y el derecho de voto en las municipales para los extranjeros no ciudadanos de la UE residentes en Francia. Polémica propuesta de Nicolas Sarkozy para ganar puntos en su guerra de sondeos con de Villepin. La izquierda, unánime, y cada día más nacional-reaccionaria, protesta y se moviliza contra esa traición a la patria, porque el gobierno ha privatizado el 15% del capital de EDF, lo cual es a todas luces insuficiente. Recordaré que EDF, monopolio estatal pirata, está desde hace años fuera de la ley europea, en cuanto a sus normas sobre la libre competencia, pero, en sus delirios nacionalistas, Francia se enfrenta sola, ya sin Alemania, a las instituciones europeas, como en el caso de la PAC.
Sobre el voto de los extranjeros, me siento, como Giscard D’Estaing, y con perdón, “muy reservado”. Si es totalmente lógico que sean los miembros de un partido político quienes elijan a sus dirigentes, más aún en una nación que sean sus ciudadanos quienes elijan sus dirigentes nacionales. Se da, además, el caso del doble voto, privilegio reservado a ciertos ciudadanos, con lo cual, con el pretexto de eliminar una injusticia, se crea otra peor, como ya ocurre con los súbditos de la UE. Yo no sé si los turcos residentes en Europa, ya tienen el derecho de votar en Turquía y en su país de residencia, es probable, lo seguro es que si se aprobara semejante ley, los suizos, o los canadienses, por ejemplo, tendrían el privilegio de votar dos veces. ¿Por qué?