Como estaba previsto, el Premio Nobel concedido a Harold Pinter, fue unánimemente saludado en Francia como la justa recompensa a un escritor “comprometido” “de izquierdas”, “antiyanqui” y objetivamente “gaullista”. (Philip Roth y Vargas Llosa, pese a hacer méritos, tendrán que seguir esperando). Dejemos esas habituales imbecilidades, porque Pinter fue un gran autor dramático y excelente guionista convertido en minusválido político, para hablar de cosas más serias.
Se ha entablado una polémica hasta en el Parlamento sobre la interpretación que en los manuales de Historia de esta rentrée se hace de la colonización. Sí, porque Francia fue un imperio colonial, cosa que los actuales bachilleres ignoran como ignoran todo el resto. Según los sindicatos, tan potentes en la enseñanza y los partidos de izquierda, la voluntad de insistir en los aspectos positivos de dicha colonización, sería rotundamente escandalosa y reaccionaria. El maniqueísmo lerdo, dogmático y simplificador del pensamiento único que asfixia la enseñanza no admite los matices y las contradicciones. ¿Son conscientes siquiera esos censores de que los magníficos Estados Unidos son fruto de la colonización? Limitándonos al Imperio francés, tan absurdo sería negar el saqueo, la rapiña y la represión como negar el desarrollo de las infraestructuras; ferrocarriles, carreteras, hospitales, escuelas, explotación de las riquezas naturales, etcétera. Todo ello insuficiente y conflictivo, y dicho aquí a vuela pluma, pero que debería figurar en los manuales, si éstos existieran. Como deberían figurar los desastres de la descolonización en Argelia, en Angola, en el Congo o en Mozambique. Pero la descolonización sigue siendo un tema tabú.
De lo que en cambio nadie habla, y es aún más grave, es de la justificación del terrorismo islámico en esos mismos manuales, y desde hace muchos más años. Nadie, hasta que dos profesoras de Historia, Barbara Lefebure y Eve Bonnivard, lanzaron un grito de alarma e indignación en su libro: “Eleves sous influence” (Ed. Audibert). Pero no nos hagamos ilusiones, su libro, valiente y necesario, no pasará de ser una diminuta china en el gigantesco zapato de plomo de la Educación Nacional. Yo me enteré de su existencia gracias a una reseña en Le Figaro del día 14.