La entrevista de Rajoy en “El Mundo” ha supuesto una afirmación de su liderazgo al frente de la derecha española y, en rigor, de la ciudadanía con una idea de España, sea zurda o diestra. El planteamiento de una reforma constitucional para blindar de forma explícita las atribuciones del Estado, ya que lo implícito no basta con este Gobierno y este Tribunal Constitucional, es una forma espléndida de tomar la iniciativa política en un partido al que quieren dejar fuera de juego político para siempre. En cuanto a la reforma de la Ley Electoral, que sobre deseable es posible con la mayoría absoluta, sin duda es el respaldo técnico imprescindible para asegurar el freno a la balcanización. Porque con el PSOE no hay que contar. Y hasta Rajoy se ha dado cuenta.
El que parece que no se ha dado cuenta de la situación abierta por la votación del Estatuto catalán y de las implicaciones del discurso rajoyesco de ayer es el partido, compuesto por profesionales de la política cuyo deseo máximo es seguir en el cargo. ¿En qué cargo? En el que sea. Para ello, hay que proclamar que la buena vía es la que tan desastrosamente ha ejecutado Piqué, con el respaldo no menos equivocado de Aznar ayer y de Rajoy ahora. Si las referencias del politburó pepero son ciertas, el propio Rajoy ha respaldado el saldo presentado por Piqué de la debacle nacional en Cataluña. Un mínimo aseo intelectual le hubiera obligado a presentar su dimisión irreversible, por dos razones fundamentales: haber persuadido al partido de que no habría Estatuto (qué más quería la burocracia pepera para tumbarse a la bartola) y realizar en consecuencia una oposición constructiva, centrista y moderada, que no le ha ahorrado el deterioro y que ha transmitido en Cataluña y el conjunto de España una imagen paupérrima del PP.
Por lo visto, Rajoy, tal vez por su responsabilidad personal en esa cómoda pero suicida estrategia del PPC, no quiere sacar las consecuencias lógicas del desastre y del cambio que le ha impuesto en su estrategia política, si no por virtud, por afán de supervivencia. Hablar de moderación y contundencia, de explicarse mucho ante la opinión pública y, sobre todo, de que “no les llamen anticatalanes” en esos medios de comunicación que vitoreaban a los políticos que han perpetrado el Estatuto suena a broma pesada. Está bien que Rajoy, si lo estima oportuno, se vaya a vivir a Barcelona. No le vendrá mal a su partido. Pero si las cosas están en Cataluña y en toda España como él dice que están, esos melindres centristoides son, sobre ridículos, contraproducentes. La estrategia del PPC de no molestar, de explicarse suave y pedagógicamente, de hacerse perdonar su condición española, de fundirse con el paisaje dominante (o aplastante) del catalanismo ha fracasado estrepitosamente. Y como no va a dimitir Rajoy, tendrá que dimitir Piqué, si es que Rajoy quiere que se le tome en serio, en Cataluña y en el resto de España.