Después de que el consejero de Comercio y Turismo, el dirigente independentista Joseph Huguet, hiciera referencia el pasado domingo a la posibilidad de que la “reforma” del Estatuto no saliera adelante con amenazas sobre el estallido de una “crisis social” y “una guerra civil, entre comillas” en Cataluña, el PP catalán ha solicitado su comparecencia en el Parlamento de la comunidad para que dé una explicación a sus palabras.
La denuncia del PP no es para menos, si tenemos presente que el conseller de ERC añadió que los independentistas aprovecharían en beneficio propio ese “conflicto social”, puesto que ellos “lo girarían en contra de España”. Haciendo referencia a episodios de violencia que nada tienen de entrecomillado, Huguet alertó de que "Si alguien se piensa que en una Guerra Civil, entre comillas, en Cataluña, se van a lavar las manos desde Madrid, se equivocan: después de los 'nyarros' y 'cadells' vino la guerra de Els Segadors".
Se dirá que no hay que hacer caso a la grandilocuencia y tremendismo de este dirigente independentista ante la posibilidad de que no salga adelante una reforma estatutaria que despierta un escasísimo interés entre la inmensa mayoría de la sociedad civil catalana. Sin embargo, conviene subrayar estas palabras como recordatorio de que, si bien son propias de quienes se sentaron con ETA en Perpiñán para “colaborar juntos en la desestabilización del Estado español”, son, a su vez, las de uno de los principales aliados del gobierno autonómico y central.
Además, por mucho entrecomillado que el socio independentista de Maragall quiera poner a sus palabras, sus amenazas de violencia y de rebelión institucional son absolutamente intolerables. Más aún, cuando vienen a coincidir con una campaña de intimidación contra quienes no comulgan con el delirio nacionalista, como ha sido la explosión de un artefacto junto a la vivienda de los padres del presidente del grupo del PP en el Ayuntamiento de Badalona, Xavier García Albiol.
Además, si el independentista catalán habla ahora de “guerra civil” –como venía a hacerlo Ibarretxe hace unos meses, cuando señaló la “solución a tortas” como alternativa al bloqueo a sus planes secesionistas–, hay que recordar que ambos capítulos tienen un grave antecedente en el propio Maragall, cuando en diciembre del 2003 amenazó en su investidura con un referéndum ilegal y con un “drama”, si las Cortes Españolas no secundaban el proyecto de reforma que aprobase el Parlamento catalán. Daba entonces Maragall, así y por descontado, que el PP seguiría teniendo mayoría tras el 14-M en el Congreso; como también el propio ZP, quien le pareció muy bien la amenaza de rebelión de su compañero contra la soberanía nacional siempre y cuando esta no diera al PSOE la mayoría de gobierno.
Fue precisamente aquel uno de los capítulos antes de las elecciones generales en los que se pudo ver con claridad la debilidad o, más bien, el nihilismo moral y político de Zapatero, y lo que nos llevó a alertar el 26 de febrero de 2004 de “la gravedad del peligrosísimo disparate que constituye la figura de Zapatero, incluso en la oposición”. Y eso que no habíamos asistido todavía a los inolvidables jornadas del 11 al 14-M, ni a la posterior acción del gobierno que surgió de aquellos días de infamia.