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Cristina Losada

El falso espejo

El IRA tuvo que ceder porque todos, incluidos los nacionalistas moderados, lo habían aislado. No hubo un PNV protegiéndolo ni asignándole fondos públicos.

Las encuestas son lo que son. Un reflejo, por lo general distorsionado, del material menos fiable que existe, el ser humano. Tomemos las que se han hecho sobre la oportunidad de una negociación con la ETA. En agosto, el diario El Mundo publicaba una en la que los partidarios de negociar sumaban un 53 por ciento. Mes y pico después, en un sondeo de El País, el número de dialogantes ascendía al 61,1 por ciento. En ambos casos, la condición previa para sentarse a hablar con los asesinos era que dejaran de perpetrar atentados o que depusieran las armas. Y en ambos, la mayoría no aceptaba que se cediera ni en el acercamiento de presos ni en medidas de gracia. Todo pura contradicción. Todo muy humano.
 
E inquietante. Estar dispuesto a negociar en abstracto y negarse a negociar en concreto no tiene sentido. Sentarse a negociar cuando ya ha desaparecido la causa que originaba la presunta necesidad de hacerlo, tampoco. ¿Es el diálogo, para esos españoles, una especie de zanahoria con la que conducir a la bestia al lugar que se quiere? Es ése un juego peligroso cuando se hace con bestias armadas. Pero si en la cochura de esta empanada mental es visible la mano de Zetapé y de su corte de los milagros, los que dicen una cosa y su contraria y venden el diálogo cual bálsamo de Fierabrás, también cabe pensar que esos encuestados prefieren engañarse. No quieren ver las incoherencias en las que incurren al apuntarse al discurso hoy dominante. Esto, por no pensar peor, que también se puede. El terrorismo se propone, y a veces, logra, debilitar la voluntad de autodefensa de una sociedad.
 
Las dos encuestas eran previas, una de ellas por solo un día, a que el IRA concluyera la destrucción de su arsenal. Y a que los medios de comunicación, de aquí y de allá, presentaran este desarme como la culminación de un proceso de paz que incluyó largas negociaciones. Ergo, a punto estarán los Oteguis y los Ibarreche, si no lo han hecho ya, de presentar una vez más el caso de Irlanda del Norte como espejo en el que mirarse. De estimular de nuevo a Zetapé a ser el Tony Blair español. Y “tío, premio Nobel de la Paz”, que decía el etarra. Del enemigo, el consejo.
 
El espejo nunca ha sido tal. Las diferencias entre uno y otro caso no permiten traslaciones. Pero, además, el IRA no ha destruido las armas (lo que no le impediría tampoco adquirir otras) como resultado de la negociación. Nada nuevo se le ha concedido, y ya se le había concedido demasiado: hubo liberaciones de presos antes de que entregara las armas. Sin olvidar el atentado de Omagh cuyas víctimas fueron ninguneadas en aras del “proceso de paz”. La novedad ha sido que al IRA, tras el asesinato del camionero Robert McCarthy y la campaña que realizaron sus hermanas en Estados Unidos, se le acabó el chollo que allí tenía: dejaron de fluir las aportaciones económicas. Mucho antes se le había acabado el chollo en la propia tierra. El IRA tuvo que ceder porque todos, incluidos los nacionalistas moderados, lo habían aislado. No hubo un PNV protegiéndolo ni asignándole fondos públicos.

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