Los liberales polacos utilizaron la escoba como icono en las elecciones del domingo. Como sus aliados conservadores del Partido Ley y Justicia con quienes formarán gobierno, querían así expresar lo que una inmensa mayoría de la población, escéptica (la participación no llegó al 39%), deseaba principalmente: barrer del poder al centro-izquierda que desgobernaba el país desde el año 2002.
Pero sobre todo, moralizar la vida pública: Polonia se había convertido en un auténtico patio de Monipodio desde el primer ministro (atrapado en dudosas operaciones de Bolsa) hasta los funcionarios más modestos que vendían permisos de importación o carnets de conducir.
El triunfo de la derecha y el centro reformista cierra una etapa desdichada en este país postcomunista cuyo presidente –Kwasniewski– fue por cierto un destacado miembro de la nomenklatura. Algunos han dicho incluso que con estas elecciones se acaba la era postcomunista en Polonia. Tal vez.
El escaso interés despertado por estos comicios, sobre todo en los medios públicos españoles, tiene una explicación: lo sucedido en Polonia estos años se parece mucho a lo que pasó en España durante los gobiernos de Felipe González con los roldanes y los veras delinquiendo. Se lo llevaron crudo y la gente del común respondió votando a la oposición.
En Polonia el centro-derecha tiene explicables razones para desconfiar de la llamada Constitución Europea, desaparecida en combate y que, por supuesto, no será objeto de referéndum alguno en los próximos meses tras los resultados del domingo. A Zapatero y sus amigos no debe hacerles ninguna gracia esta victoria de los liberales y los conservadores sobre sus correligionarios de la izquierda “socialdemócrata” (es un decir) y cleptócrata.