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Amando de Miguel

Más sexo

Buena la hice al solicitar que alguien me echara una mano para averiguar de dónde viene el sentido de ese vulgarismo que es polvo (cópula carnal). He recibido varias docenas de misivas sobre el particular. No puedo citar a todos los curiosos libertarios. Por cierto, estaba convencido de que en verano iba a bajar la frecuencia de los emilios libertarios, pero no ha sido así. Será un efecto del portátil. O quizá que este género de la lectura de “la lengua viva” se entienda como entretenimiento, compatible por tanto con las vacaciones. Vuelvo al camino real. La correspondencia sobre el asunto del polvo se agrupa en tres teorías: (1) Los que lo asocian a la frase ritual “recuerda que eres polvo y en polvo te convertirás” (del libro de Job). Es decir, el polvo es el origen de la vida; por tanto el semen. (2) Los que lo derivan de la asociación con el polvo del rapé. Era un asunto estrictamente masculino. Así pues, los caballeritos, cuando se salían de la reunión social, decían la frase cortés de “voy a echar un polvo”. Se entendía que iban al salón de fumadores (el rapé era tabaco en polvo, para esnifarlo), pero en realidad lo que buscaban era la expansión sexual con alguna dama. (3) Los que lo asocian al origen latino: pollutio (= mancha, desdoro, violación y también, en el latín vulgar, efusión de semen). Francamente, las dos primeras hipótesis son más divertidas, pero resultan inverosímiles. Es más convincente la tercera, que es la más común en las misivas que recibo. Se trataría de un extraño cultismo para un acto que debe ocultarse. Algún libertario añade alguna interpretación más extravagante. Por ejemplo, Antonio Pérez Martín sugiere que “echar un polvo” procede del “uso de fertilizar a las palmeras hembras echándoles polvos de las flores de las palmeras machos”. Qué imaginación.
 
Son varios los finos libertarios que me han leído la cartilla a propósito de la cervatilla que “ponía los cuernos” para que no se acercara el macho. Javier Aymerich Bartolomé (Madrid) me recuerda lo obvio: que las cervatillas no tienen cuernos. Acepto la justificada reprimenda. Bueno, pues la cervatilla pone la testuz para disuadir al macho de sus propósitos lúbricos. Lo más interesante es que don Javier da una explicación más cabal de esa expresión tan común de “poner los cuernos”. Es el macho joven, enfrentado al cérvido viejo de la manada, el que, en la época del celo, lucha con el viejo que intenta cubrir a todas las hembras que puede. El joven desea hacer méritos y choca con sus cuernos en una especie de duelo ritual para disuadir al cérvido viejo de que cubra la hembra en cuestión. A través de esa alegoría, “un hombre pone los cuernos a otro ─le gana mediante peleas o tretas─ y se queda con la mujer de ese otro”. Aclarado.
 
Chema Arroyo Oliveros precisa que en los ungulados de la familia de los bóvidos (rebeco, cabra, muflón) las hembras sí tienen cornamenta, mas no los cérvidos, salvo rarísimas excepciones. Reconozco mi ignorancia en este asunto de la cornamenta.
 
Antonio García Vilanova se refiere al término suripanta. La versión establecida es que procede de una revista musical de finales del siglo XIX. Es un neologismo inventado al efecto, en broma, como si fuera griego. Recojo la historia en mi libro El sexo de nuestros abuelos. Pero don Antonio ofrece otra versión que yo desconocía. Por lo visto a Sevilla llegó una compañía de revistas en cuyo elenco figuraba una vedete italiana llamada María Suripanta. Un tal Sánchez se enamoró de la italiana pretendiendo que era una cantante honrada. Al tal Sánchez los sevillanos le decían: “Sánchez, aunque te incomode, María Suripanta no es una tiple que jode; es una puta que canta”. La historia me parece poco verosímil, pero está bien traída. Dice mucho del ingenio sevillano.
 
Javier M. (Madrid), bajo el nombre de Zero Kelvin, se confiesa gay y dice que no hace alarde de ello. (En un correo anterior yo sostenía que los gayos hacían ostentación de su rareza). Además, sigue don Javier, “no se trata de unarareza, salvo que considererarezaen términos estadísticos, con lo cual es posible que sea más raro ser sociólogo que gay”. Desde luego, mi idea era hablar de rareza estadística. Si la mayoría de los hombres fueran gayos, la especie humana volvería a estar en peligro de extinción. Acepto la humorada de que los sociólogos son aún más raros que los gayos. Claro que también puede haber sociólogos gayos. Me consta que son doblemente ostentosos. Por otro lado, me encanta un gayo que se acoge al nombre de guerra de Zero Kelvin. Como es sabido, la vozzero, en la jerga gaya, significa “culo”, “ano”, en su sentido sexual. ¿No es eso un alarde? ¿No es fantástico que el líder de los gayos sea un tal Zerolo?

En Sociedad

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