Como Diógenes, que se pasó la vida vagando por las calles de Atenas con una linterna encendida durante el día, buscando un hombre honesto, yo hube de remover cielo y tierra hasta dar con el único habitante de Cataluña interesado en el Estatut. Aunque tuve más suerte que mi antecesor, y tras dos años hurgando bajo las piedras, al final lo he encontrado. La verdad es que ya había tenido noticia de él una década atrás, cuando en la Ciudad de los Prodigios se hacían amigos olímpicos para siempre a la sombra de la secular pax catalana. Así, por las páginas interiores de un diario barcelonés, supe entonces que el único accionista de una sociedad inmobiliaria y financiera barcelonesa había estado a punto de morir asesinado en Caracas. Se trataba de un deficiente mental catalán que solía mendigar en el Turó Park, el elegante jardín que oxigena la zona alta de la ciudad.
El pobre trastornado declararía más tarde a la Policía –según la nota del periódico– que “un señor” le había regalado mucha ropa de marca y joyas, antes de hacerle firmar “unos papeles” y meterlo en el avión rumbo a Venezuela. Y es que, meses antes de aquello, otro empresario, Joan Rosillo, había decidido asociarse con el indigente para acometer juntos una de las mayores operaciones inmobiliarias de la historia de la ciudad: el proyecto Diagonal Mar. Sin embargo, Rosillo, un gran amigo de Josep Pujol Ferrusola y Lluís Prenafeta, saldría mejor parado que su partner en aquella aventura. Porque no sólo acertó de pleno al comprar los terrenos para la obra justamente a Macosa (una empresa extorsionada entonces por la banda del juez Estivill), ya que poco después la misma zona multiplicaría su valor por cien, al resultar seleccionada por el tripartito municipal como sede del Fórum Universal de las Culturas. Además, para colmo de dichas, la empresa del minusválido se ofrecería a cargar con todas las obligaciones ante Hacienda derivadas de la operación.