El pasado 22 de enero dos jubilados que tuvieron la mala fortuna compartir foto con un ministro fueron puestos en la picota, interrogados en comisaría y agitados como un monigote por el periódico del Gobierno al grito de ¡vuelve el fascismo! Los desdichados no habían hecho nada, nada malo se entiende. Esa tarde habían salido de su casa en el extrarradio de Madrid y se habían acercado hasta la Puerta del Sol para asistir a una concentración en contra de la negociación con ETA. Una vez allí todo se desmadró, apareció el ministro acompañado de un aparatoso cortejo de cámaras y guardaespaldas, el fotógrafo compuso la instantánea con los dos jubilados, disparó y se armó la que usted ya sabe. Todo por una foto. Ahora ya lo sabemos, nadie agredió a nadie, pero los dos pensionistas hubieron de padecer con resignación de cartujo el chaparrón mediático que se sucedió. El País ya tenía su portada, la Ser su entradilla cada media hora, el ministro su segundo de gloria, los disidentes su escarmiento y los españoles una edificante lección de las cosas que pasan cuando más de cinco votantes del PP se juntan en la calle sin autorización administrativa.
Esta historia no debería olvidarse. Sirve como referente, como momento inaugural de los zapatillazos autoritarios que han venido después y que vendrán mientras el del talante y su comparsa de paniaguados cursis sigan en la poltrona. Viene de perlas, por ejemplo, para engarzarla con la multa que les ha caído a los que abuchearon a la vicepresidenta en Guadalajara. Llevaban el día entero luchando contra el fuego, tuvieron que abandonar su pueblo y, de remate, se habían enterado de la muerte de once vecinos de la comarca que participaban en las tareas de extinción. Es lógico que abucheasen al primer político que asomara la cabeza por allí, y más cuando ni el gobierno ni la Junta daban señales de vida. A pesar de que algunos medios –pocos- se hicieron eco de la censura popular a de la Vega, y otros –los más- prefrieron ocultársela a su audiencia, lo cierto es que la cosa no pasó a mayores. A fuer de sinceros, hasta a mí se me había olvidado, por lo que sospecho que casi nadie se acordaba ya de la mini algarada de aldea de aquella noche de agosto. Nos lo ha recordado el propio Gobierno cuya estupidez supera con creces la cursi prepotencia con la que se empeña en hacer valer su autoridad.