Algo que me sorprendió mucho cuando emigré a Estados Unidos fue el impresionante deterioro de la educación pública. Mi experiencia anterior, en 1969-1971, cuando estudiaba para un posgrado en Boston y mis hijos comenzaban sus primeros grados en una escuela pública, había sido extraordinariamente positiva. La disciplina era estricta, no perdían el tiempo, para el segundo año ya hablaban mejor inglés que yo y ambos pronto desarrollaron pasión por la lectura.
La educación pública es ahora muy diferente y lo más triste es que no se trata de un problema local sino nacional, a pesar de que se ha cuadruplicado el gasto por estudiante. A los niños no les enseñan disciplina ni les despiertan curiosidad por el conocimiento ni los preparan para ganarse la vida. Por el contrario, les llenan la cabeza de tonterías políticamente correctas.
En una época, la educación pública se dedicaba a enseñar a los niños y el objetivo era la excelencia académica. Los políticos saben lo que sucede, pero no se atreven a enfrentar a los poderosos sindicatos de maestros.
Mientras el 7,9% de los trabajadores del sector privado de EEUU están sindicalizados, el 63% de los maestros de escuelas públicas pertenecen a sindicatos. Eso se traslada en más burocracia, mayor ineficiencia y aumento del coste. Entre 1998 y 2000, el número de estudiantes aumentó un 15,5%, mientras que el personal de las escuelas públicas creció 37,4%.
Albert Shanker, quien presidió la Federación de Maestros Americanos, declaró antes de su muerte en 1997: “Es hora de admitir que la educación pública es como una economía planificada, un sistema burocratizado… con pocos incentivos para innovar. No sorprende que nuestro sistema escolar no mejora; se parece más a una economía comunista que a nuestra economía de mercado”.
Veamos lo que era la Asociación Nacional de Educación (NEA por sus siglas en inglés) hace medio siglo. En 1951, NEA publicó una guía de 600 páginas, “Manual para el ciudadano”, con biografías cortas y ensayos sobre los “héroes y heroínas de la democracia americana”, celebrando el patriotismo, la sabiduría y los ideales religiosos que conforman el patrimonio de la nación. Incluía tanto “Los diez mandamientos” como el juramento de los Boys Scouts.
Saltemos 54 años a la asamblea en julio de NEA, en Los Ángeles, donde se aprobó el “desarrollo de una estrategia” para defender de “extremistas” el programa de estudios homosexuales; es decir, defenderse de los padres que rechazan la promoción de la homosexualidad y sexualidad en las escuelas.
Las resoluciones aprobadas en esa convención incluyeron un boicot contra Wal-Mart por no tener sindicato, defensa de la “discriminación positiva” que discrimina contra ciertos grupos, apoyo a la medicina socializada, oposición a cuentas privadas de pensiones del Seguro Social y respaldo a la Corte Penal Internacional. Nada de eso tiene que ver con la educación.
La solución es el programa de “vales” sugerido por Milton Friedman hace 50 años: el gobierno distribuye vales educacionales a los padres para que inscriban a sus hijos en la escuela de su elección, creando una competencia que pronto se traslada en excelencia educacional.