Cada vez me tomo más en serio las palabras de José Alcaraz, presidente de la Asociación de Víctimas del Terrorismo, porque todas sus predicciones se han cumplido. Para enterarse de lo que está pasando en España es conveniente seguir muy de cerca los pasos de la AVT. Desde que llegara al poder Zapatero de una manera convulsa y extraña el 14-M, ninguna asociación de la sociedad civil, ni ninguna agrupación política, pueden comparársele en perspicacia política a la hora de pronosticar la política antidemocrática que llevaría a cabo Zapatero en relación con los terroristas de ETA. Vieron inmediatamente que el nombramiento del Alto Comisionado de las Víctimas no era sino una forma de desmontar el tejido ciudadano, que ellos habían elaborado durante décadas para que el resto de los españoles no cambiaran jamás dignidad democrática por paz de cementerio. Más tarde, gritaron que cualquier forma de “diálogo” con ETA tenía que ser pública, a plena luz de la sociedad y de acuerdo con el Pacto Antiterrorista entre el PP y el PSOE. Lo contrario sería traicionar la discreción, la prudencia al fin, de la AVT con la democracia.
La AVT, pues, no ha errado ni uno sólo de sus pronósticos sobre el Gobierno de Zapatero. Naturalmente, su inmensa capacidad movilizadora, con dos Manifestaciones contra la política gubernamental que ya figuran en los anales de la lucha de los ciudadanos por la libertad, ha quedado suficientemente reafirmada con millones de adhesiones. Su mensaje ha calado de modo profundo en la ciudadanía muy por encima del Gobierno. Sin embargo, Zapatero no quiere oír hablar de la AVT. Se empeña en negociar con ETA al margen del discurso ciudadano de Alcaraz y sus seguidores, que son millones. La cosa empieza a ser tan grave que tal obstinación debería ser tratada no tanto como un asunto táctico para mantenerse en el poder, que sin duda alguna lo es, sino como algo mucho más grave que afectaría no sólo al Gobierno sino al partido. Parecería que la opción de Zapatero por pactar con ETA es un asunto de “principios”.