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EDITORIAL

Alemania se la juega

si los alemanes hoy recuperan la cordura y aventan del poder a políticos caducos como Schröder, Fischer o Trittin, Alemania puede empezar a curarse un resfriado que ha salido carísimo a toda Europa

Pocas veces desde el fin de la guerra el país más importante de Europa había estado tan dividido. La última encuesta, hecha pública el viernes por el semanario Der Spiegel, redibuja las diferencias y deja un mapa electoral no apto para cardíacos. Según el Instituto Allensbach, encargado del sondeo, las elecciones de hoy las ganará la conservadora Unión Cristiano Demócrata (CDU) con un 41,5% de los votos seguida a 9 puntos por los socialistas del SPD y, ya a bastante distancia, por el liberal FDP y el Partido Verde del superministro Joshka Fischer. Dado que conservadores y liberales son aliados naturales en Alemania si hoy, al cierre de los colegios, los datos de la encuesta se ven refrendados por la realidad la encargada de formar gobierno sería Angela Merkel. La otra coalición, la de socialistas, verdes y comunistas se quedaría a un punto y eso en el caso de que llegase a formarse semejante alianza de partidos.
 
Las encuestas, sin embargo, son engañosas en esta carrera al Bundestag, porque dos de cada diez alemanes no tiene aún claro a quién votar hoy. En un lado de la balanza se sitúa la pésima gestión del tándem Schröder-Fischer, que en siete años y dos legislaturas ha llevado a Alemania a la peor crisis económica de su historia reciente. Y no sólo por el índice de paro, que se acerca peligrosamente a los cinco millones, sino por la atonía económica general, la falta de perspectivas en un país tradicionalmente dinámico y la continua fuga de empresas y cerebros a destinos donde no se les pone tantas trabas para producir y crear riqueza. En el otro lado, los alemanes ponen el sacrificio que va a ser necesario para salir del atolladero en el que ellos mismos se han metido. El alemán medio, el que no se encuentra irremediablemente trastornado por la demagogia izquierdista o el que trabaja duro desfondándose a pagar impuestos, conoce de cerca los problemas de su país y, lo más importante, sabe perfectamente que para atajarlos es preciso tomar medidas muy duras y nada populares.
 
Puede Schröder, alumno adelantado de una escuela para charlatanes risueños, maquillar las cifras a placer o decir una y otra vez que el fin de túnel está cerca, sin embargo, ya pocos le creen. En 2002 se aúpo sobre la incipiente campaña iraquí apelando a los sentimientos antiamericanos de sus compatriotas mientras ganaba popularidad dando mítines desde un bote en las aguas del Elba tras las inundaciones. Los alemanes, entonces, tragaron el cuento y le dieron un renovado voto de confianza con la esperanza de que la cosa iba a mejorar por arte de magia. Era imposible que lo hiciese porque el programa del combinado rojiverde es un destilado de mala ideas que, aplicadas desde el poder, conducen a la ruina. Así ha sido. La economía germana no sólo no se ha curado de la gripe sino que se ha puesto peor en los últimos tres años. Las recetas que Schröder ha ofrecido, tanto en la Agenda 2010 como en el llamado plan Hartz IV, no han pasado de simples reformas cosméticas que, por no atacar al fondo del problema, han servido de bien poco.
 
Siendo la crisis económica el asunto principal de debate en estas elecciones, y en las que vengan si sigue gobernando la izquierda, los años de Schröder han sido desastrosos en política exterior. Alemania se ha alineado inexplicablemente con Francia liquidando una privilegiada alianza con Estados Unidos que le había reportado grandes beneficios durante medio siglo. Tal giro en algo tan delicado como la política de Estado no ha sido bien recibido en Washington ni en la mayor parte de las potencias occidentales. El primer país de Europa por población, renta per cápita y PIB se ha rendido a los dictados de un segundón decadente como Francia para, a cambio, no obtener nada práctico. Los alemanes que aún conservan la sensatez y tienen fresco el recuerdo de cómo los americanos defendieron su libertad durante cuatro décadas, deberían tenerlo en cuenta y votar por los candidatos que han prometido devolver a Alemania al seno de la Alianza Atlántica, la única, hoy por hoy, que garantiza las libertades a los europeos. 
 
Como en toda cita electoral, puede pasar cualquier cosa, incluso que los artífices de estos años de plomo revaliden su mayoría. Si no es así, si los alemanes hoy recuperan la cordura y aventan del poder a políticos caducos como Schröder, Fischer o Trittin, Alemania puede empezar a curarse un resfriado que ha salido carísimo a toda Europa. Porque, como corazón y locomotora económica del continente, Alemania no puede permitirse el lujo de ciertas aventuras. Sólo nos queda confiar en la proverbial prudencia de sus ciudadanos.

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