Nada escenifica mejor el Gobierno del fotopresidente José Luis Rodríguez Zapatero que la Conferencia de Presidentes inventada por él mismo. El simulacro de democracia a que acostumbra ZP tiene así su máximo exponente en ese consejo que el fotopresidente se ha sacado de la chistera por segunda vez en su mandato para vender su circo, esta vez con la carpa en el Senado.
Desde antes de su inicio hasta su conclusión, esta segunda gran representación del gobierno zapateril lleva una carga de simbolismo tal que se le vuelve en contra como un bumerán.
Primero faltó la bandera de España, luego fue la delatora intervención de treinta segundos del presunto lehendakari de todos los vascos para anunciar que ha conseguido la “aminoración del cupo”, después, la felicidad de Maragall hablando del “sistema justo para todos” –aquí hay gato encerrado- y, por último, la real espera del Palacio de la Zarzuela.
Así, mientras Zetapé pretende vender un “consenso básico” ha quedado patente que se trata en realidad de un cónclave amañado de antemano y, en consecuencia, donde no hubo un solo documento sobre la mesa. Sólo la palabra del fotopresidente –palabrería-, alegría y concreción en los datos del bloque anti-PP y confusión y guirigay a la hora de explicar cómo se reparte el supuesto pastel de 1.700 millones para financiar la sanidad entre cada una de las comunidades autónomas.
La segunda pantomima del Estado de las Autonomías zapateril era como el sonajero con el que la madres llaman la atención del niño mientras le meten en la boca la comida que quieren que trague. Una reunión absolutamente intrascendente, sin validez jurídica alguna y sin utilidad real que distrae de lo que de verdad se cuece en la cocina de La Moncloa: las reformas de la desintegración de España y los pactos con los terroristas.