Nos hemos acostumbrado a tantas cosas que ya nadie reacciona cuando Rodríguez le pone a Ibarretxe una reforma de la Ley de Enjuiciamiento Criminal en el platillo de la balanza invisible. Ha muchos meses que el presidente del gobierno descubrió un atajo hacia la equidistancia: abominar del espíritu de ciertas leyes (como la de partidos) mientras se defiende su existencia nominal. Ni derogarlas ni cumplirlas.
El problema no estriba en los escenarios con los que sueña el lehendakari. Todo el mundo tiene derecho a soñar. Del mismo modo que Philip K. Dick se preguntó ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? dando pie a Blade Runner, podríamos nosotros preguntarnos si sueña el PNV con vascos replicantes. ¿Sueña Ibarretxe con un país de súbditos? ¿Puede alguien soñar, a estas alturas, con reconducir el nacionalismo a la lealtad y a la racionalidad?
Ni las habilidades camaleónicas de Rodríguez, que ya no engañan a Rajoy (No sé para qué me ha llamado) ni los sueños de Ibarretxe (una Heuskal Herría de Piranesi) presentan especial gravedad. Lo grave es que a nadie escandalice la balanza invisible, el instrumento ideal que sostiene las dos banderas a la puerta de la Moncloa, el que permite compensar un peso –la amenaza que sojuzga a los libres– con otro: un surtido de ilegalidades, abusos y renuncias.