Tanto tiempo hablando de nacionalismo, vasco y catalán, con tantas derivaciones en todos los ámbitos de la política, la economía y en el devenir diario de la vida de los españoles que probablemente olvidemos la verdadera causa, el motor de las reivindicaciones nacionalistas. El nacionalismo es un negocio, el terrorismo de ETA también.
La amenaza, asumida por voluntad propia por Zapatero, de que no se toca ni una coma en el Estatuto de autonomía no es una novedad de Carod Rovira y sus radicales socios socialistas catalanes, es un calco de lo dicho por Garaicoechea y Arzalluz en las negociaciones del Estatuto del 79, a pesar de no ser, ni mucho menos la fuerza mayoritaria en el País Vasco. El estatuto vasco se impuso a tiro limpio. Ahora le toca el turno al catalán de Perpiñán cuyos frutos recogerá el que se escribirá después en batúa.
Ambos estatutos y ambos nacionalismos abogan o se benefician abiertamente de la limpieza étnica, unos con su ejército de terroristas detrás y los otros con el mismo ejército de prestado, comprometido a mirar el mapa a la hora de poner las bombas. Pero que nadie se lleve a engaño. Los dos persiguen el mismo objetivo: repartirse el pastel entre ellos, sin interferencias. Baste el ejemplo del reciente intento de asalto en toda regla a la eléctrica Endesa, pactado por escrito por el Gobierno de Perpiñán con la aquiescencia de Rodríguez Zapatero.
