Mucho va a tener que esforzarse el presidente Rodríguez para evitar aparecer en su inminente reunión con Rajoy como el típico mal estudiante que se presenta a la repesca septembrina sin haber pegado ni golpe durante el mes de agosto y sin saber qué contestar o qué excusa poner.
Durante el verano, las crisis se han ido sucediendo una tras otra sin que el presidente del Gobierno haya atinado a ir más allá de la onomatopeya: una racha de viento y ¡plaf!, once muertos en Guadalajara. Otra brisa inoportuna y ¡plaf!, diecisiete muertos en Afganistán. Una instalación contaminada y ¡plaf!, dos mil intoxicados por la salmonella, con la responsable del ramo en paradero desconocido. Tan sólo cuando la incompetencia de sus ministros se ha hecho demasiado evidente Rodríguez ha abandonado momentáneamente su modorra estival para darnos alguna dosis terapéutica de pensamiento desnatado sobre pacifismo, filantropía, antimilitarismo y geoestrategia de la señorita pepis: “Estamos en Afganistán por las mismas razones por las que salimos de Irak”, es la afirmación que revela el punto exacto de cocción en el que se encuentra nuestro papel en el mundo y el respeto que a ZP le merece la inteligencia de quienes le votan (lo que opinemos los demás es algo que le trae sin cuidado, como ha demostrado repetidamente, hasta con tres millones de firmas de contribuyentes de por medio).
Veintitrés días en un palacete real, con todas las comodidades, deberían dar para mucho, aunque uno sea un asceta confeso como nuestro Gandhi (“No hablo sólo de frugalidad, de austeridad económica, no sólo de rigor en el gasto. Pido austeridad en el ejercicio del poder". Rodríguez Zapatero, 26-03-04). La reflexión serena y el estudio sistemático en un entorno paradisíaco como el de La Mareta ayudan a vigorizar el arsenal analítico, aunque éste sea tan descriptible como el del presidente del Gobierno. Sin embargo, parece que la actividad presidencial en el bello paraje lanzaroteño ha ido por otros derroteros más prosaicos. La ociosidad, en el caso de Rodríguez, no es una falla del carácter, sino un perfil más de su rica personalidad, cultivado a conciencia a lo largo de una vida dedicada a las cosas de la política.
El baloncesto, que parece ser la principal ocupación presidencial fuera del horario de oficina, se convierte así en la metáfora perfecta de la España actual: todo consiste en hacer que las cosas pasen por el aro. El Estado de Derecho por el aro del diálogo con la ETA, la unidad nacional por el aro del estatuto separatista de Pérez el escamot, el desarrollo del Levante español por el aro de las concesiones al nacionalismo cateto y el decoro del Ejército por el aro del silencio, impuesto desde el Gobierno que vino a robustecer nuestras libertades públicas y a dar lustre a una democracia desprestigiada por ocho años de aznarismo.