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EDITORIAL

El eterno culebrón estatutario

Los políticos catalanes se han metido en una carrera por ganar el trofeo al más nacionalista que a nadie en Cataluña, periodistas aparte, parece importar quien gane.

El curso político comenzará en septiembre con el mismo asunto sobre la mesa con el que terminó el anterior y transcurrió el verano. El nacionalismo catalán sigue intentando hacerse aprobar un Estatuto abiertamente inconstitucional aprovechándose de un compromiso electoral hecho por un Zapatero que no pensaba ganar ni en sus sueños más atrevidos. Este culebrón hubiera terminado hace mucho si el presidente del Gobierno hubiera tenido el valor de decir desde el principio que ese compromiso no incluiría la destrucción de las instituciones españolas. Pero era más sencillo aterrizar en La Moncloa tirando de Irak, esa carta marcada que emplea cada vez que se ve en dificultades.

Maragall ha impulsado las peores tendencias del nacionalismo, convirtiendo lo que antes se tenía por radical en la moneda de curso legal en Cataluña. El Estatuto deja de ser así una propuesta de regulación de la comunidad autónoma catalana para convertirse en un arma con la que atacar a Madrid, fuente de todos los males del imaginario nacionalista y, en esta nueva etapa, también socialista. De esta manera se intenta ocultar la inactividad, cuando no incompetencia, de un gobierno con respecto a los problemas que interesan realmente al ciudadano catalán, un gobierno y una clase política que quedó retratada a la perfección con El Carmel y el 3%.

Los políticos catalanes se han metido en una carrera por ganar el trofeo al más nacionalista que a nadie en Cataluña, periodistas aparte, parece importar quien gane. Las encuestas, alguna de periódicos de intachable trayectoria de adicción al poder como La Vanguardia, muestran un interés de los catalanes por el Estatuto similar al que este periódico profesa por los asuntos del corazón. Esta intensa separación entre el interés público y el publicado sólo puede hacer crecer la desconfianza en la política y la democracia, un camino en el que es fácil entrar pero muy costoso salir.

Maragall ha demostrado durante sus años de gobierno que no ha sido Carod y ERC quienes lo han forzado a posiciones ultramontanas, si no que ser el más peligroso de los nacionalistas forma parte de sus convicciones más íntimas. De este modo acentúa las contradicciones de una organización que demuestra cada día ser más una federación asimétrica de baronías regionales que un partido nacional. Hoy, Ibarra ha vuelto a enfrentarse a la doctrina oficial del PSC. Quizá mañana lo haga Bono. Pero el único que podría dejar claro que las declaraciones de estos políticos son algo más que un escaparate pensado para el socialismo moderado es Zapatero, y lleva un año sin hacerlo. Por algo será.

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