Peter Brookes
Irán se está convirtiendo en un problema de relaciones exteriores de casi inconmensurables proporciones, empezando por su arriesgada política en busca de armas nucleares hasta su apoyo febril al fundamentalismo islámico y al terrorismo internacional.
Pero la amenaza más cercana –y muchas veces pasada por alto– contra los intereses americanos y sus aliados es el intento de desestabilizar Irak apoyando y fomentando a la insurgencia contra las fuerzas iraquíes y de la Coalición.
Teherán está buscando una retirada precipitada de Estados Unidos y sus aliados que deje un vacío político y de seguridad que Irán pueda llenar rápidamente, atrayendo a Irak a su esfera de influencia o, quizá, dividiendo el sur de Irak para crear un “super estado” chiíta iraní. Sin duda, la intrusión de Irán en Irak debe prevenirse a toda costa.
Algunos expertos de Oriente Medio no comparten esta opinión sobre la implicación iraní en Irak, especialmente lo de sus intenciones geopolíticas. Sin embargo Teherán sencillamente tiene todas las razones del mundo para querer que la coalición liderada por Estados Unidos en Irak fracase.
Primero, desde la revolución de 1979, el “Gran Satán” ha sido el enemigo número 1 de Irán. Al régimen radical no le gustó nada tener fuerzas americanas en la región antes de las guerras afgana e iraquí, pero mucho menos aún tener justo al lado a 150.000 soldados quisquillosos y endurecidos por la batalla. Ahora, Teherán se enfrenta no sólo al prospecto de que haya (por lo menos algunas) fuerzas americanas estacionadas a largo plazo en el teatro de operaciones lo cual es una restricción crucial para el poder iraní, sino también a la posibilidad que Irak y Afganistán se conviertan en fuertes aliados americanos.
Segundo, los regentes de Irán están aterradísimos de que las libertades que están echando raíz en Irak y Afganistán hagan destacar los abyectos fracasos políticos, económicos y sociales de la revolución iraní a los ojos de los cada día más descontentos jóvenes de Irán. La gente joven de Irán –el 60% de la población es menor de 30 años y ha nacido después de la revolución– se van a dar cuenta cada vez más y más que los iraquíes y afganos disfrutan de libertades políticas, sociales y económicas. Y se preguntarán: ¿Por qué no nosotros?
Tercero, Irán es un país persa chiíta en un duro vecindario árabe sunní. Lograr que el sur de Irak, de mayoría chiíta pase a estar bajo influencia o control iraní –hasta apelando a la secesión de Irak o con una guerra civil– neutralizaría al viejo enemigo iraquí como amenaza.
Absorber el sur de Irak no sólo debilitaría a Bagdad cortando los accesos a los puertos del Golfo Pérsico, también aumentaría la población, el tamaño y la riqueza petrolífera de Irán de manera considerable poniendo a Teherán en una trayectoria de dominio regional.
Irán ha estado enviando a Irak clérigos, agentes secretos y fuerzas paramilitares así como financiando a simpatizantes, partidos políticos y militantes desde la invasión en la primavera de 2003 para atraerlo bajo su dominio al mismo tiempo que hacían todo lo posible por no dejar las huellas de sus sucias transacciones.
Pero al ver a las fuerzas de la Coalición enfrentándose a una dura insurgencia, Irán evidentemente decidió a aprovechar la oportunidad para ganar terreno, se la jugó y cambió sus tácticas y pasó de acumular influencia a instigar activamente la insurgencia contra las fuerzas americanas, de la Coalición y hasta contra los iraquíes que estuvieran en su camino. ¿Quiere pruebas? Las fuerzas de la Coalición interceptaron hace poco una cantidad de envíos de explosivos que venían de Irán a Irak a través de su frontera. Los expertos creen que un nuevo tipo de bomba de las que se plantan en las carreteras –mucho más letal, capaz de destruir carros blindados— está hecha con un diseño iraní usado a menudo en el pasado por Hezbolá contra Israel.
Justo la semana pasada, el Secretario de Defensa Donald Rumsfeld, acallando aparentemente el deseo de ser más directo, dijo: “Es cierto que armas iraníes han sido encontradas en Irak, sin lugar a duda y sin ambigüedades”. Otro alto funcionario afirmaba que las nuevas bombas son “los dispositivos más sofisticados y letales que hemos visto”.
Pero es más que sólo estos nuevos explosivos mortales: La Guardia Revolucionaria Iraní, componente directo de la insurgencia, probablemente consiste en varios cientos de iraníes e iraquíes así como de miembros del grupo terrorista chiíta del Líbano, Hezbolá, que cuenta con apoyo iraní.
Algunos analistas creen que los paramilitares iraníes y las milicias apoyadas por Irán están entrenando a los insurgentes en el sur de Irak así como en Irán. Además, es probable que los insurgentes liderados por los iraníes estén siendo preparados por las guerrillas de Hezbolá en el sur del Líbano y en el Valle de la Bekaa.
El comportamiento iraní es cada día más preocupante y problemático para la seguridad nacional americana y para los intereses de la región, una insurgencia dirigida por Irán en Irak es sólo el último ejemplo de la perfidia persa.
Es hora de que dejemos de tratar a Irán con guantes de seda, especialmente cuando la alta tecnología iraní desplegada por los insurgentes apoyados por Teherán está matando a las fuerzas iraquíes y de la Coalición así como a civiles, alentando la guerra fraticida y desestabilizando el país. Es hora de una agresiva estrategia generalizada de derribo contra el régimen iraní y responder así a su ambición por poseer armas nucleares, su patrocinio del terror en Irak y otros lugares además de su gobierno represivo. La estrategia debería constar de duras sanciones económicas, audaces operaciones secretas y hasta ataques militares precisos, los llamados “quirúrgicos” para proteger a las fuerzas americanas, de la Coalición y sus intereses.
©2005 The Heritage Foundation
* Traducido por Miryam Lindberg
Peter Brookes ha sido Vicesecretario Adjunto de la Secretaría de Defensa de Estados Unidos y actualmente es Miembro Senior de la Fundación Heritage, columnista del New York Post y Director del Centro de Estudios Asiáticos.