No es fácil explicar por qué el gobierno colombiano no ha logrado un acuerdo humanitario con las Farc para devolver a sus familias un grupo de cerca de 60 personas secuestradas por motivos políticos o retenidas en combate y mantenidas como “prisioneros de guerra”. Entre ellos hay policías y militares con más de siete años de secuestro y políticos que ya terminaron el período para el que fueron elegidos como diputados departamentales o congresistas, todos ellos con más de tres años de retención, al igual que la ex candidata presidencial Ingrid Betancur, el pez gordo del canje.
Para muchos el asunto es incomprensible y enojoso, pero hay que recordar que las Farc emplean el canje como un recurso político y de estrategia militar y no precisamente como un asunto humanitario. Gracias a algo tan reprochable como el secuestro, el gobierno francés mantiene contactos con el grupo terrorista encaminados a la liberación de “su ciudadana”, Ingrid Betancur. Asimismo, el gobierno norteamericano ha hecho contactos para intermediar por los tres contratistas gringos que están en poder de las Farc; y, en lo interno, el tema les ha permitido a los guerrilleros ser interlocutores de la Iglesia Católica, de partidos opositores, de organismos defensores de los derechos humanos, de los familiares de los secuestrados y hasta de figuras prominentes de la política como los ex presidentes del país.
Paradójicamente, a pesar de que las retenciones les generan problemas de logística y les consumen recursos, para las Farc es más rentable mantener a los secuestrados que devolverlos porque los interesados en el canje le dan a la guerrilla la importancia que en otros campos ha perdido; es el tema que le suma pretendientes a una novia fea y le ocasiona tropiezos a un gobierno popular. En esto no son pocos los que creen que la guerrilla es compasiva y el presidente Uribe indolente; el país pide mano fuerte, pero al mismo tiempo quiere el canje. Los familiares de los secuestrados han jugado desde el comienzo a culpar al Estado y a excusar a la guerrilla, sin notar que ese torpe juego aleja la posibilidad de recuperar a sus seres queridos. Las Farc sólo tiene una muy remota intención de liberarlos y eso apenas sucedería si obtienen a cambio un beneficio superior que, por ahora, no se ve qué pudiera ser.
El presidente Álvaro Uribe podría autorizar de un plumazo el canje incondicional de 500 guerrilleros presos por los 60 militares y políticos secuestrados —más los tres gringos—, pero lo más seguro es que las Farc incurran en nuevas exigencias, dilaten la negociación y finalmente la frustren para no concederle al presidente un triunfo palpable que aumentaría su ya sorprendente imagen y lo pondría a las puertas de la reelección en caso de que la Corte Constitucional apruebe la reforma. De ahí que las exigencias de la guerrilla, desde ya, sean inconsecuentes como esa de reclamar la repatriación de Simón Trinidad y Sonia, guerrilleros extraditados a EEUU con cargos de narcotráfico y secuestro.
Todo indica que, dado el caso de que el gobierno aceptara llevar el diálogo por el sendero que las Farc propone, estaríamos en el mismo entorno de los diálogos del Caguán: una delirante puesta en escena llena de contrasentidos e incoherencias de nunca acabar que le permitirían a las Farc respirar y ganar tiempo. La guerrilla le apuesta mucho al canje, pero como proceso utilitario y no por el intercambio de presos en sí. Es el trámite lo que les interesa y no el resultado porque aquél les da relevancia mientras éste no les aporta mucho. Esos 500 canjeables no son esenciales aunque se diga que son elementos bien entrenados o que conocen el paradero de guacas repletas de dinero. En cambio, mantener secuestrados personajes importantes les ha dado un oxígeno que les va a hacer falta cuando no los tengan; se convirtieron en vulgares ladrones de banco de película: necesitan a los rehenes para tener interlocución, publicidad en los medios y para escudarse de los francotiradores.
Por eso no hay duda de que un canje conducirá a más secuestros de este tipo y de que los miembros del establecimiento adquirirán un elevado costo. En el futuro Tirofijo no los usará para recuperar a sus hombres sino para modificar asuntos de grave importancia como la política de seguridad. Para cada cosa que deseen les será útil un secuestro. Pero, de momento, ¿qué haría la guerrilla sin ese póker de ases? Es justo ya que los secuestrados regresen a sus casas pero no será fácil que los suelten. Las circunstancias han valorizado tanto a los secuestrados que cada vez están más lejos de la libertad. El aprieto es evidente: a mayor importancia que se dé al tema menos interés tendrá la guerrilla en liberarlos, y dejar que esos colombianos se pudran en la selva no es una alternativa ni para los más indolentes.