La escritura, como la vida, da alegrías y sufrimientos. Hoy escribiré sobre las que traen gozos. No me refiero al trabajo del pensamiento a través de la escritura, que siempre es costoso y a veces doloroso, sino al resultado; por ejemplo, cuando uno escribe una columna, e independientemente de nuestra propia evaluación, puede darnos un inmenso placer espiritual que alguien, por supuesto inteligente, opine como nosotros o, sencillamente, que se cumplan alguna de las “predicciones” aparecidas en nuestros textos, en nuestro pensamiento escrito. ¡Por cierto, no sé, en verdad, si existen pensamientos no escritos! ¡Quién sabe! A lo que iba, no nos perdamos en distingos, que hay columnas de prensa, como es el caso que quiero contarles, que te traen alegrías inesperadas, y otras que te traen goces previsibles.
Goces inesperados y previsibles, pero goces, al fin, siempre son bienvenidos por quien escribe. Yo he tenido en este mes de agosto dos experiencias muy satisfactorias en ambos sentidos. Era previsible, por ejemplo, que alguien, después del encuentro del Papa con un millón de jóvenes en Colonia, dijera que la Iglesia sigue vacía. Recuerden lo que escribía aquí al final de mi última columna: “Ecclesia depopulata” Insistirán con un tono de superioridad, como si fuera la primera vez que se emite un tópico, la Iglesia no tiene fieles. La Iglesia está al margen del mundo. Repetirán y repetirán, en fin, frases hechas para tapar su incapacidad para pensar. Incluso para mirar.” Esto escribía yo el lunes, y el martes me encuentro, en El Mundo, que Juan Bonilla “reflexiona” sobre la cosa del Papa en Colonia obviando, o mejor, cerrando los ojos ante el millón de personas que allí se congregaron para concluir: “…da gusto ir los domingos a las iglesias porque están casi todas vacías.”
Da alegría, cómo no, adelantarse a la opinión de un tópico, pero da muchísima más coincidir con la opinión de un hombre inteligente. Una alegría inesperada es, sin duda, escribir una columna que, más tarde, una persona con criterio sobre la materia tratada la respalde con una argumentación similar. Por ejemplo, en El Mundo, yo escribí lo siguiente:
“Mi amigo, un optimista sin remedio, me dice que a los socialistas les saldrá mal la operación de rescatar la Segunda República para legitimar su nadería política. Ojalá tenga razón por el bien de España, incluido el de los socialistas con sentido común. Yo soy bastante más pesimista. La izquierda fue tan eficaz e inteligente en manejar la propaganda que, incluso después de haber perdido la guerra, se han seguido utilizando sus mismas armas ideológicas, falsas y propagandísticas para interpretar el trágico acontecimiento. La República fue una inmensa maquinaría propagandística, que condujo a la nación a su desaparición. La Guerra Civil fue su peor resultado. Sin embargo, la mayoría de la población desconoce este asunto. La nebulosa antifranquista ha hecho olvidar lo fundamental: nos matamos como salvajes. El mayor fracaso de la historia de España fue la Guerra Civil. Las elites intelectuales y políticas de las últimas décadas son responsables de no haber transmitido a los españoles de hoy ese fracaso. La mayor derrota que pueblo alguno haya podido tener en su historia. Tal analfabetismo histórico y político lo pagaremos. De hecho, ya lo estamos pagando con un presidente de Gobierno que se vanagloria de la hazaña republicana. (…). La cosa empeorará, cuando los aparatos ideológicos del PSOE, que son todos los del Estado, los del Partido y, sobre todo, sus terminales empresariales, empiecen a utilizar los nombres de intelectuales, artistas y creadores que lucharon a favor del bando republicano. Por supuesto, nadie dirá que esos hombres fueron engañados por la Internacional Comunista, o que otros cambiaron su juicio al visitar España, o que otros rechazaron sus apoyos ideológicos, o sencillamente que la mayoría de intelectuales españoles estuvieron contra un régimen político caótico... No, nada de eso se dirá. Todo será brocha gorda. Indecencia intelectual. Agitación para silenciar la razón.
Propagarán, simplemente, que los intelectuales estuvieron con el Gobierno republicano. “¿Cuántos intelectuales estuvieron al lado de la República?” La respuesta propagandística será: “Todos”. ¿Todos?, sí, insistirán sin recato moral, todos los intelectuales estaban con la República, porque quienes no la apoyaron no eran intelectuales. El atributo de intelectual le será negado incluso a quienes estuvieron con la República, sufrieron exilio, pero regresaron a vivir en la España de Franco (…). Recurrirán a todo, excepto a decir la verdad. Nunca citarán, por poner un sólo ejemplo, a Saint-Exupéry, que fue explícito al visitar la República: “On tue comme on déboise”. Mataban como si talaran árboles.”
A la semana de haber escrito lo anterior, un amigo me llamó para decirme que compartía mi juicio moral sobre la propaganda en la Guerra Civil. Pero, además, me informaba con tono mesurado, que Payne, el famoso historiador de la Guerra Civil española, también estaba de acuerdo conmigo. Agradecí sus halagos, me despedí y leí la entrevista, que había publicado El Mundo unos días más tarde que mi artículo. Sí, era cierto, con ciertas matizaciones podría llegar a estar de acuerdo con Payne, por ejemplo, cuando reconoce que “en las dos últimas semanas antes del levantamiento se advertía en algunos líderes del Gobierno cierto ánimo de provocar una sublevación”. Tal afirmación sería más aceptable, si a su vez Payne comprendiese que ese ánimo provocador, como mínimo, deberíamos situarlo dos años antes.¡El matiz no es pequeño! Lo sé, pero no deja de ser un matiz respaldado por cientos de estudios históricos. Otro ejemplo para discutir: “Robert Capa era un comunista, así que lo que hizo fue una obra fotográfica propagandística, es sí, de un altísimo valor artístico”. Aunque no toda la obra de Capa es buena, comparto el juicio de gusto de Payne; pero no es aceptable que sólo los comunistas, según da a entender, hicieran propaganda en esta guerra. Ni muchos menos. Ciertamente, los comunistas fueron los que lideraron, por decirlo así, la labor de agitación y propaganda, pero nadie en el bando republicano se privó de hacer propaganda. Ésta es tan poderosa entre los republicanos que impone a los intelectuales como única tarea ser propagandistas. Un manifiesto, un poema, una obra teatral tiene una función ideológica de propaganda o no son nada. El arte convertido en pura propaganda fue, pues, una de las principales armas del bando republicano. Nada que no sirviese para un fin político podría llamarse arte o pensamiento. He ahí la peor herencia de los republicanos a la inteligencia occidental Los carteles gráficos fueron la summa de la propaganda. ¡De engaño!
Pero, en lo fundamental, estoy de acuerdo con el historiador de EEUU. Nos matamos como salvajes durante la Guerra Civil, decía yo más arriba. “La Guerra Civil fue de malos contra malos”, declaraba en la entrevista el historiado Stanley G. Payne. Guerra anómala, según Payne, fue la Guerra Civil, porque, entre otras anomalías, “los republicanos perdieron la guerra, sí, pero ganaron la batalla de la propaganda”. La República, escribía antes e insisto ahora, fue una inmensa maquinaría propagandística, que condujo a la nación a su desaparición. La Guerra Civil fue su peor resultado.