No tenía que pasar, pero pasó. Al flamante nuevo gobierno gallego se le ha vuelto flamígero el territorio. Y sólo cuando se habían quemado en un mes más hectáreas que en todo el año anterior, al presidente se le encendió la bombilla y convocó una reunión extraordinaria. La conclusión ha estado a la altura de la excepcionalidad del acto. “Realmente no existió descoordinación”, dijo Suárez Canal. ¿La hubo virtualmente? Con esa duda nos deja el consejero del Bloque. No hay duda, en cambio, de que si “el paisaje es un espejo en el que mirarse”, como decía el lema que culminó el ceremonial de estreno de la nueva era gallega, el gobierno debería mirarse ahora en las cenizas.
Esto no tenía que pasar, y no porque no tuviera Galicia, este año, como el resto de España, todas las papeletas para que se ensañara el fuego en ella, sino por otra razón: el gobierno del cambio no está para los menesteres pedestres que deben afrontar los gobiernos normales y corrientes. De lo cual deriva también la inconsistencia de que se estuviera aplicando la alerta 2 sin que se hubiera decretado. O sea, virtualmente. Aunque esperemos que realmente. Y de modo que se le puede pedir a la población lo contrario de aquello que se le exigía cuando la última gran catástrofe, la del chapapote. Es decir, “un poco de tranquilidad”. Así que, tranquis, troncos, que ya está aquí el gobierno del bien, una vez cautivo y derrotado el gobierno del mal. Y los troncos, ardiendo.
Pero, ya digo, la gestión de asuntos como las catástrofes ecológicas o de otro tipo, a un gobierno como el gallego no tiene que quitarle el sueño. Es de izquierdas, o de eso presume, luego nada debe de temer. Ni los medios ni sus votantes van a aplicarles el mismo rasero que a uno de derechas. Y la oposición será responsable. Ningún grupo de actores y escritores subvencionados les arrojará ceniza al paso de su cortejo. Así que tira millas, y como gran efecto, anuncia una decisión represiva para ir abriendo boca, tal que ésta: se incrementarán los medios para perseguir y detener a los autores de los incendios. Y es que los fuegos sin autor no existen realmente. No, al menos, en la realidad virtual por la que pedalea el tándem Quintana-Touriño.
Quintana está missing. ¿Y por qué no había de estarlo? Las tareas del gobierno del que es vicepresidente están muy por encima de afrontar pinches incendios. Su vocación es otra, más elevada. Por ejemplo, la verdad. Establecer la “verdad histórica” sí es una ambición digna de sus esfuerzos, y a ella se aplicarán. Cualquier día nos la aprueban por decreto. Además, el jefe del Bloque estará dándole a la calculadora para determinar el precio. El suyo, en realidad, aunque le sirven de tapadera la “deuda histórica” y la reforma estatutaria. Porque donde menos se lo espera uno, entre los enemigos declarados de la economía de mercado, va y sale un hatajo de mercaderes.