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EDITORIAL

La tentación del Yak-42

El Yak-42 es la coartada perfecta para un Gobierno que no conoce otro lenguaje que el de la revancha ni otra política que la de gobernar como si estuviesen eternamente en la Oposición.

Tres versiones en un solo día. Al ministro Bono le están traicionando los nervios y no termina de ajustarse el cuello del traje que le ha tocado ponerse en esta semana negra del mes de agosto. Anteayer, día en que se estrelló el helicóptero, dijo que lo más probable es que se tratase de un ataque terrorista. Ayer, ya en Afganistán, se decantó por el accidente como causa del siniestro. Pero el lenguaraz ministro de Defensa que nos ha caído en suerte no terminaba de aclararse. En una efectista e innecesaria videoconferencia con Zapatero se inclinó por el viento como desencadenante del accidente. Por la tarde, sin embargo, había cambiado de parecer; una aun no verificada avería en el tren de aterrizaje se le antojaba como el motivo más creíble. Si no fuese porque nos encontramos en la primera fase de la investigación, cabría pensar que el ministro piensa en cualquier cosa menos en lo que tiene que pensar que es en dejar a los especialistas trabajar y hablar cuando pueda hacerlo.
 
Lo que no han cambiado ni el ministro ni su jefe en la Moncloa es el guión prefabricado –redactado ad hoc en el mismo momento en que la noticia llegó a España- para que toda España tenga bien presente el accidente del Yak-42. El martes por la noche Zapatero hizo referencia indirecta aludiendo sin ton ni son a las identificaciones de los cadáveres. Bono transitó ayer por el mismo camino. A riesgo de pecar de ingenuos, nos preguntamos si es necesario remarcar tantas veces y desde tantas instancias que las identificaciones forenses se van a hacer correctamente. ¿Acaso no pensaban hacerlo así o es que algún fontanero de Moncloa ha encontrado en ese particular una suerte de comodín para exorcizar un fantasma de tiempos remotos? La intención de ambos oportunistas es desviar la atención todo lo posible de un trágico suceso para evitar que les salpique lo más mínimo. Los socialistas son así, y se empeñan a diario en demostrarnos que no pierden las malas costumbres. Ante un drama humano en el que 17 españoles han perdido la vida, el presidente del Gobierno y su ministro de Defensa parecen más preocupados en blindarse políticamente que en saber realmente qué pasó en aquella fatídica misión.
 
La tentación del Yak-42 es demasiado seductora. José Bono, como muy acertadamente apuntó ayer el Grupo de Estudios Estratégicos en estas páginas, temía desde hace meses que se produjese un accidente con los helicópteros Cougar destacados en Afganistán. Debido a la altitud del terreno, a la operatividad del aparato y a las virguerías que se ven obligados a hacer nuestros pilotos para evitar ataques, la fuerza española recibió orden de Madrid para limitar al máximo las misiones aerotransportadas. Esto llegó incluso a originar fricciones con los norteamericanos, a quien se les había prometido que, tras la retirada de Irak, España se involucraría más a fondo en Afganistán. Una vez más el ministro, en lugar de buscar soluciones a un problema ejerciendo de titular de Defensa, hizo los cálculos políticos de una hipotética desgracia y se decantó por la solución que consideró menos mala. Al final, y para desdicha de nuestros militares, la tragedia ha terminado por abatirse sobre el contingente de Herat y el ministro ha vuelto a sacarse un as de la manga buscando el modo de salir lo menos dañado posible del envite. El Yak-42 es la coartada perfecta para un Gobierno que no conoce otro lenguaje que el de la revancha ni otra política que la de gobernar como si estuviesen eternamente en la Oposición.

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