Para los observadores medianamente avisados y para los que conocen la naturaleza del nacionalismo vasco, las palabras que Josu Jon Imaz pronunció ayer son la consecuencia lógica de una ideología –la nacionalista- a la que el PNV rinde tributo de continuo. Lo hizo con motivo del 110 aniversario de la fundación del PNV, en la Sabin Etxea y valiéndose del aliento vital que le insufla su militancia más bizarra, la que marca la línea de acción del partido que gobierna en el País Vasco desde hace un cuarto de siglo. Según Imaz, ha llegado el momento de reclamar una “nación vasca” que se extienda al norte y al sur de los Pirineos, que reúna a los “vascos” de Navarra y el departamento francés de los Pirineos Atlánticos con los de la Comunidad Autónoma vasca.
Semejante ensoñación, que no por delirante deja de ser constantemente aireada por la izquierda radical vasca y por sus primos hermanos del PNV, es uno de los pilares básicos del nacionalismo vasco. Lo llaman territorialidad. La doctrina consiste en repetir continuamente que el País Vasco, en realidad, está formado por otros cuatro territorios históricos amén de los tres que forman las provincias vascas. La fantasía ha llegado a tal extremo que se imprimen mapas con ese país imaginario, mapas que forman parte del temario de geografía de las escuelas vascas. No es un secreto para casi nadie que muchos son los niños en el País Vasco que tienen dificultad para situar Zamora en un mapa de la península pero que se conocen al dedillo el nombre de remotas localidades del País Vasco francés. La televisión autonómica, la ETB, presenta la información meteorológica sobre ese mismo mapa en el que regiones como Navarra, de mayor tamaño que el País Vasco, o condados como el de Treviño se diluyen en una entidad geográfico-política que no ha existido más que en las febriles pesadillas de los hijos políticos de Sabino Arana.
De nada ha servido que en Navarra el voto nacionalista vasco haya sido siempre minoritario o que, en el sur de Francia, el sentimiento vasquista sea prácticamente inexistente. Los irredentistas no se dan por vencidos y no han permitido jamás que la realidad les estropee una de sus consignas favoritas. Durante años la reclamación de esa Euskal Herria de nunca jamás vino de la mano de los partidos de extrema izquierda mientras que el PNV solía pasar de puntillas sobre un espinoso tema que bien podría crear conflictos con las autonomías adyacentes y con un país extranjero en el que el nacionalismo vasco no pasa de ser una curiosidad folclórica. Con la radicalización progresiva de los jeltzales a raíz del acuerdo de Estella, era de esperar que sus líderes no dejasen sin atender ninguna de las reivindicaciones que consideran irrenunciables; la territorialidad es una de ellas. De manera que tal aspiración es no sólo una estupidez sino que, además, se da de bruces con la Constitución, es imperativo que alguien en Madrid, en Pamplona y, por que no, en París recuerde a nacionalistas de todas las tendencias que el País Vasco es lo que es y que cualquier reclamación territorial puede ser tomada como una ofensa.
Exceptuando al gobierno de la Comunidad Foral de Navarra lo más probable es que, como ha venido siendo hasta ahora, nadie mueva un dedo. En la España de Zapatero los nacionalistas tienen barra libre para disparatar a conciencia mientras a cambio reciben el mejor de los tratos que la Moncloa pueda dispensar. Carod Rovira lo hace casi a diario, los de Ibarretxe no iban a ser menos. Unos días antes de que Imaz soltase lo de la “nación vasca” ante su entregada audiencia de la Sabin Etxea había mantenido una reunión con prominentes miembros del PSOE entre los que se encontraban José Blanco y Alfredo Pérez Rubalcaba. La entrevista se convocó para "restablecer el diálogo entre los partidos" y los participantes hicieron votos para continuar con los encuentros en septiembre. Llegado el momento, haría bien Rubalcaba en pedir a Imaz que le aclare en qué consiste esa extraña “nación vasca” asentada sobre dos países y tres Comunidades Autónomas. Podrían incluso dialogarla.