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EDITORIAL

Italia en el punto de mira

Un golpe certero sobre Italia que hiciese, además, cambiar el Gobierno, sería un triunfo considerable y un poderoso acicate para que los yihadistas siguiesen adelante y a tumba abierta sembrando el terror por todo Occidente

Muchos son los motivos que llevan a pensar que el próximo objetivo de los terroristas islámicos puede ser Italia. El pasado día 14, una semana después de los atentados londinenses, el diario Corriere della Sera se hacía eco de la preocupación existente entre los políticos italianos por un atentado a gran escala. La ciudad de Turín albergará, en enero de 2006, las olimpiadas de invierno y, unos meses después, se celebrarán elecciones al parlamento. Dos acontecimientos de semejante calado tan cercanos cronológicamente son un poderoso cebo para Al Qaeda y sus satélites. Y más cuando en España un simple golpe bastó para cambiar el Gobierno y poner a su frente a un político débil, muy del gusto de los radicales islámicos. Ya sea en la capital del Piamonte durante la cita olímpica o en cualquiera de las principales ciudades de Italia durante la campaña electoral, el hecho es que un atentado de grandes proporciones, al estilo de los perpetrados en Madrid y Londres, desestabilizaría seriamente a una de las naciones más importantes de Europa.
 
Por si los juegos programados para el invierno y los comicios de primavera no fuesen suficientes, Italia se ha alineado sin fisuras con la política antiterrorista auspiciada desde Washington. Desde el 11-S el Gobierno de Silvio Berlusconi no ha escatimado apoyos a George Bush; ni políticos, ni diplomáticos, ni militares. A pesar de que los italianos no se involucraron en Irak tanto como los británicos o los australianos, el Gobierno de Roma apostó fuerte por la democratización de Irak contribuyendo desde el principio en tareas de pacificación, labores humanitarias y servicios de Inteligencia militar. Ha pagado el precio de ver como muchos de sus ciudadanos se ha dejado la vida en Irak. A pesar de ello, el compromiso se ha mantenido. Tanto el presidente Ciampi como el primer ministro Berlusconi no se han dejado intimidar en momento alguno por los matarifes islámicos que llegaron a hacer saltar por los aires un cuartel italiano en Nasiriya en noviembre de 2003.
 
Con estos antecedentes es lógico que los grupos islamistas hayan situado a Italia como “objetivo primordial” de sus ataques. Un golpe certero sobre Italia que hiciese, además, cambiar el Gobierno, sería un triunfo considerable y un poderoso acicate para que los yihadistas siguiesen adelante y a tumba abierta sembrando el terror por todo Occidente. Los informes del SISMI –agencia de Inteligencia italiana- no presentan lugar a dudas: Italia es el objetivo y los terroristas no van a ahorrar medios para hacérselo saber al mundo entero.
 
Ante amenaza del tal calibre, el Parlamento italiano ha tomado una serie de medidas preventivas para evitar que lo peor llegue a suceder. Un paquete completo que faculta a policía y Fuerzas Armadas a detener a sospechosos por un periodo de hasta 24 horas, a arrestar a los poseedores de documentos falsos y a expulsar extranjeros por motivos de "orden público”. Como en el caso de laPatriot Actnorteamericana, se corre el riesgo de que, en cierto modo, se resientan las libertades civiles, pero antes de verse expuestos a carnicerías como las que ya han padecido Nueva York, Madrid y Londres, los diputados han preferido curarse en salud. Quizá no sirvan de gran cosa y el atentado previsto terminé por cometerse. La guerra que el Islam radical ha declarado a Occidente es tan letal como cobarde. No es, sin embargo, este extremo justificación para que las autoridades se crucen de brazos y dejen que unos terroristas que, no lo olvidemos, viven entre nosotros, actúen con absoluta impunidad. Por de pronto, ya ha sido detenido en Roma uno de los responsables de la matanza de Londres; Osmán Hussain, un británico de origen eritreo que ya había comenzado a reclutar yihadistas en Milán y Brescia. Sirva de ejemplo la desarticulación de esta incipiente célula para convencer a los incrédulos que la labor policial es imprescindible en esta extraña guerra que han declarado en nuestro salón de estar.

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