Fue bonito mientras duró. La idea que en su día diseñó Sandro Rosell de explorar el mercado futbolístico, yermo tras las millonarias y agotadoras exploraciones de Manchester United, Real Madrid o Chelsea, a la caza y captura de futbolistas que tuvieran el colmillo retorcido, jugadores probablemente sin el caché de los "galácticos" pero ansiosos por salir de sus clubes y lograr títulos importantes cuanto antes, ha funcionado como un reloj suizo hasta que el Barcelona conquistó la Liga. Luego de eso, a la puerta del despacho del nudista Laporta se han ido colocando en fila de a uno Eto'o, Deco, Xavi, Valdés y Ronaldinho. Mientras los futbolistas culés fueron sólo un proyecto de "cracks" funcionó aquello del amor a unos colores y del catalanismo militante, pero, en cuanto el Fútbol Club Barcelona concluyó su travesía del desierto, todos, desde el primero hasta el último, exigieron el prometido maná. Y el maná no llueve del cielo precisamente. Otra vez a cuadrar las cuentas.
Han pasado sólo unos pocos meses desde entonces, pero la política barcelonista de contratos a la baja ha envejecido francamente mal. ¿Recuerdan cuando Laporta tuvo aquella ocurrencia de pedirle a Puyol, capitán del equipo y emblema barcelonista por antonomasia, que se apretara el cinturón y que admitiera una rebaja en su elevadísima ficha?... Puyol no sólo no admitió aquella posibilidad sino que ahora, cuando el club le propone ampliar su contrato que concluye en 2007, el futbolista hace una declaración pública de amor pero, al mismo tiempo, confirma que no tiene ninguna prisa por firmar.