El guión se va cumpliendo escrupulosamente. La reapertura del proceso de paz y la aplicación de la Hoja de Ruta abocaba, inevitablemente, a la emergencia de contradicciones en ambos campos. En primera instancia la opción más complicada corresponde a la Autoridad Palestina. No puede avanzarse en la vía negociadora sin que se combata al terrorismo, el propio (Al Fatah, con las Brigadas de al-Aksa y Tanzim) y el ajeno (las milicias de Hamas y la Jihad) El Presidente Abbas está controlando a los suyos, pero los islamistas se resisten.
Tanto Hamas como la Jihad han reducido el número de sus acciones. Con ello dan a entender que colaboran, que no son un obstáculo para el Presidente libremente elegido, pero no es verdad. Los islamistas administran sus ataques terroristas para provocar a Israel y desgastar a Abbas. Si las acciones contraterroristas continúan y el proceso de paz se hace más difícil, Abbas se desgastará inútilmente. Sólo le quedan dos opciones: seguir los pasos de Arafat y subirse al carro del levantamiento estéril o hacer lo contrario que su predecesor y combatir al frente islamista. Esto último es lo que hemos visto los pasados días en Gaza. La policía palestina se ha enfrentado a milicianos de Hamas que trataban de disparar cohetes al-Qasam contra asentamientos o ciudades próximas israelíes.
Durante mucho tiempo los dirigentes palestinos se han quejado de que Israel, Estados Unidos y parte de la opinión occidental les ponía en la tesitura imposible de provocar una guerra civil para poder obtener la independencia. De derrotar por la fuerza a los grupos terroristas como conditio sine que non para lograr un acuerdo de paz. No es cierto. Quien les ha llevado a esa situación es el islamismo.