Mamá Cabra se fue a hacer los mandados. Advirtió a sus hijitos que no abriesen la puerta, pues podría venir el lobo y se los comería. Y vino el lobo, pero los cabritillos que eran muy listos reconocieron su ronca voz, y no le abrieron. Y volvió el lobo, pero los cabritillos descubrieron su negra pata, y no le abrieron. Mas el lobo no sólo era malvado; también era porfiado y astuto. Aclaró su voz con claras de huevo; blanqueó su pata, enharinándola. Si el lobo fuese bueno, con tanto huevo y tanta harina podría haberse hecho un hermoso pastel, y haber saciado con él su hambre. Pero como era malo, porfiado y astuto acabó engañando a los cabritillos, y se los zampó.
Amnistía Internacional-España acaba de publicar un informe con el título: “España: poner fin al silencio y a la injusticia. La deuda pendiente con las víctimas de la guerra civil española y del régimen franquista”. Y ha urgido perentoriamente al Gobierno a que repare sin demora el silencio y la injusticia denunciados y a que satisfaga con no menor celeridad la proclamada deuda. Primera observación, y primera superchería. En realidad, no es Amnistía Internacional (AI) la que está induciendo al Gobierno a practicar este tipo de actuaciones, pues tal intención ya había sido avanzada desde hace meses por el propio Gobierno. En realidad, el propósito de AI es meramente ofrecer cobertura ideológica adicional al propósito guerracivilista de Zapatero y sus fieles.
Segunda observación, y segunda superchería. A estos efectos, no se pueden meter en el mismo saco la guerra civil y el régimen franquista. En una guerra, y más si es una guerra civil, resulta poco creíble reducir las atrocidades a sólo uno de los bandos en contienda. En particular, esta sería la hipótesis exigible de una organización humanitaria no partidista, como se pretende AI. Pero, además sabemos que efectivamente fue así. Puede acometerse la macabra aritmética de quiénes asesinaron más. Quizá hasta deba averiguarse. Sin embargo no sería tarea adecuada para Amnistía. Tampoco podría hacerla, para ellos las barbaridades se reducen al bando nacional. Así se desprende de su informe. Por ejemplo, hablan de los fusilamientos de Badajoz, pero ni una palabra de los de Paracuellos del Jarama. Como era de esperar, tampoco dicen nada de la liquidación masiva por los comunistas de los militantes del POUM y de muchos anarquistas (que no eran precisamente “nacionales”). Se escandalizan ante el bombardeo por aviones alemanes e italianos de Guernica, Barcelona y otras ciudades, pero lo único que los escandaliza es la nacionalidad de los bombarderos. Se comprende que en la época el bombardeo de poblaciones civiles produjese estupor e indignación, pero lamentablemente este precedente alcanzó en muy pocos años total universalización. Desde entonces, gobiernos demócratas y despóticos, de derechas y de izquierdas, occidentales y no occidentales, modernos y atrasados, han utilizado y utilizan este recurso en todas las guerras, civiles o internacionales.
Por el contrario, naturalmente bajo el régimen franquista las víctimas de la violencia fueron antifranquistas. Advertirlo es mera redundancia. No lo es, avisar que habrían sido franquistas si la guerra hubiese tenido desenlace opuesto. La inquina guerracivilista de AI, Zapatero y compañía es la mejor demostración. Por eso es bueno olvidar, tan pronto se pueda, las guerras civiles. Integrar la guerra civil y el régimen franquista en un mismo proceso de “reparación” persigue la malévola finalidad de reducir las violencias reprobables, los crímenes de la guerra civil a solos los cometidos por los nacionales.
Tercera observación: han pasado casi setenta años desde la guerra civil. ¿Tienen algún sentido estos propósitos revisionistas? Desde fechas ya lejanas, la llamada oposición democrática (con mucho optimismo, pues su principal componente era el Partido Comunista que, si nunca ha sido muy democrático, en aquellos años lo era menos todavía) intentó promover el restablecimiento de la democracia. Lo relevante de aquellos intentos, a los efectos que aquí interesan, es que incorporaban todos, bien que con distinto énfasis según el momento, un propósito de olvidar el enfrentamiento civil, para evitar que se repitiese. Y cuando finalmente se consiguió la transición a la democracia, la integración de las elites postfranquistas y la oposición en un marco político de convivencia, se basó en este espíritu de olvido y concordia. ¿Fue sólo hipocresía por parte de la oposición sedicentemente democrática? La conducta de AI, ZP y compañía abona esta triste hipótesis.
Cuarta observación: en cualquier caso si, como dice AI, el transcurso de tantos años no dispensa de la necesidad de revisar las pasadas injusticias, ¿quién y dónde sitúa el límite temporal? ¿Por qué no se incluye en el proceso de revisión la II República? Bajo este régimen, ante la impotencia de casi todos los gobiernos y con la complacencia de muchos de los de izquierda, los crímenes políticos impunes fueron fruto diario. Proclamada la República un 14 de abril, un mes después las turbas quemaban iglesias y conventos. En los pocos meses de gobierno del Frente Popular anteriores al estallido de la guerra, los crímenes y violencias políticas fueron incontables. Enumerarlos en el Parlamento le costó la vida a don José Calvo Sotelo, la víctima más famosa de este período.
La misma proclamación de la República fue ilegítima. Se hizo como consecuencia de unas elecciones municipales (¡!) que, además, ganaron los monárquicos, salvo en las ciudades. Quizá deberíamos seguir más. ¿Habrá que reparar a los moriscos y judíos expulsados? ¿Quién y cómo decidirá el punto del pasado en que ha de detenerse la voluntad reparadora? Amnistía Internacional no nos lo aclara. Sí se ha enfundado mono miliciano y se va a la guerra. Le esperan Zapatero, Peces-Barba, Pilar Manjón, Pilar Bardem, etc., mucho miliciano y mucha miliciana. Bailarán con los muertos buenos, y matarán a los muertos malos. Los asesinados por los comunistas y por los socialistas, los asesinados por los etarras, muertos malos que no se mueren nunca del todo, muertos que hay que matar todos y cada día. Muertos sin Amnistía. Muertos sin compañía. “Dios mío, que solos se quedan los muertos”, escribió con menos motivo Gustavo Adolfo Becquer.