En la Argentina, más concretamente en la provincia de Buenos Aires, el director de recaudación fiscal acaba de decidir el ingreso de funcionarios de su repartición a los llamados albergues transitorios, donde las parejas llegan para practicar el coito, las más de las veces de contrabando y otras porque no tienen donde ir. Dicho funcionario o sus comisionados han declarado que ingresan para registrar las patentes de los automóviles allí estacionados al efecto de verificar si tienen el impuesto correspondiente al día. Puede uno imaginarse las trifulcas matrimoniales que pueden desencadenarse cuando comiencen a llegarle a ciertos fulanos intimaciones del organismo recaudador donde se consignan los tributos correspondientes impagos y donde consta que la irregularidad de marras fue detectada en los citados alojamientos cuyo objetivo es la gimnasia copulatoria .
No resulta claro si los burócratas de la mencionada repartición ingresarán a las habitaciones para notificar a los eventuales fornicadores. En cualquier caso, resulta difícil concebir el diálogo que pueda suscitarse en esas circunstancias un tanto embarazosas. En medio del jadeo, el señor tendrá que atender la requisitoria y eventualmente se dará por notificado. Por otro lado, resulta un tanto pastosa e intrigante la intención de los agentes fiscales de involucrarse en este tipo de programas, los cuales tal vez les traiga aparejado algún usufructo non-santo.
Tal es el afán recaudador que se cae no solo en el ridículo, sino que procedimientos como el mencionado significan una inaceptable intromisión en el más elemental sentido de privacidad y respeto. Es indispensable poner el tema en perspectiva. Diversas corrientes de pensamiento que contengan algo de sensatez están de acuerdo en que las funciones básicas de los gobiernos consisten en impartir justicia y brindar seguridad. Cuando estas y otras funciones no se cumplen, no parece razonable insistir en la presión impositiva y mucho menos el incurrir en métodos propios de la Gestapo.
Lamentablemente, está muy generalizada la idea de que al contribuyente hay que tratarlo como si fuera un inmenso limonero que hay que exprimir pero no matar porque, entonces, no dará jugo. Esto no es precisamente una manifestación de consideración y respeto. Esto no pone de relieve que los mandantes son los contribuyentes y los gobernantes son los mandatarios, es decir, los empleados de la gente. Los impuestos se superponen unos a otros con dobles y a veces triples imposiciones. En estos contextos, ninguna persona normal sabe cuánto debe tributar. Hay que recurrir a los “expertos fiscales”, los cuales podrían liberarse para que se dediquen a actividades útiles, si el régimen impositivo resultara claro.
Como es sabido, desde la gresca de los impuestos al té en la revolución estadounidense, la rebelión fiscal está íntimamente vinculada a la idea de la libertad para mantener en brete al aparato estatal. Ahora, también en la Argentina, se está discutiendo la posibilidad de establecer impuestos adicionales a todos los vehículos que exhiban propaganda o marcas comerciales. En realidad no se establece un impuesto a la respiración porque (por ahora) no resulta posible controlarlo. Demás está decir que estas ansias recaudatorias no son ni remotamente patrimonio exclusivo de la Argentina. Esta muy extendido. Y en rigor las pesadillas impositivas tampoco son una característica del gobierno actual, ya que viene creciendo desde por lo menos sesenta años.