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Víctor Llano

La reinona exhibicionista

Hoy Castro ya no encarcela a los homosexuales -aunque insiste en despreciarlos– pero se sirve de muchos de ellos para financiar su tiranía.

La tarde en la que se celebró el día del Orgullo Gay desfiló por Madrid una carroza en la que junto a la bandera del PSOE ondeaba al viento una de Cuba. El joven que la portaba parecía entusiasmado. Su orgullo rayaba en un éxtasis del que jamás podría disfrutar en la Isla de las doscientas cárceles. Jamás se lo permitirían. En Cuba sólo hay una carroza y es la de Fidel Castro. Para reinona exhibicionista, el coma-andante. Por lo que sorprende mucho su homofobia. No lo creo, pero me aseguran que alguien que le quiere bien le aconsejó que visitara la consulta de Aquilino Polaino. Son muchos los que creen que Esteban Dido se avergüenza casi tanto como su hermano Raúl de su orientación sexual.
 
Lo cierto es que, o bien para tratar de disimular, o sólo para responder a su naturaleza de torturadores, los hermanos Castro encarcelaron a miles de homosexuales en campos de concentración. Llamazares y Leire Pajín tendrían que hacer algo por ellos en Cuba, y no en España, donde, por fortuna, no necesitan de su ayuda. Aquí, y lo celebramos, lejos de ser perseguidos, se pasean orgullosos por las calles de Madrid. Nos alegra que puedan hacerlo. Lo que sentimos es que se equivocaran de compañeros de viaje. Los socialistas y comunistas que se manifestaron a la verita suya, son amigos de un canalla que torturó a miles de gays cubanos. Ya no lo recuerdan, pero los hermanos Castro crearon en noviembre de 1965 las siniestras Unidades Militares de Ayuda a la Producción, la famosas UMAP que sirvieron para torturar a miles de homosexuales desafectos con una robolución que se avergonzaba de ellos.
 
El 25 de octubre de 2002 murió en Madrid el poeta cubano José Mario Rodríguez. César Leante recordó en un magnífico libro –Revive, historia (Anatomía del Castrismo) Biblioteca Nueva 1999– la experiencia del poeta en un campo de concentración instalado en la provincia de Camagüey. En la página 160 puede leerse este párrafo: “Todo aquello le hizo recordar a José Mario un poema de Quasimodo en el cual describía el campo de exterminio nazi de Auschwitz. También a la entrada de éste había una pancarta que decía: “El trabajo los hará libres”. La única diferencia consistía en que en la tela de las UMAP la palabra “libres” había sido sustituida por “hombres”. En lo demás, el campo nazi y el comunista eran muy, muy parecidos. Aunque los métodos no fueran los mismos, esencialmente se basaban ambos en la anulación del ser humano”.
 
No sé si José Mario era o no homosexual –tampoco me importa– lo que me consta es que era más hombre y más persona que todos sus verdugos juntos. Pocas semanas antes de morir, me aseguró que jamás los progres liberticidas españoles se interesaron por lo que sucedió en Cuba en la década de los sesenta. Fingieron no creerle cuando les contó que en su país le encarcelaron por “andar con extranjeros” y por su amistad con el poeta norteamericano Allen Ginsberg. Eran otros tiempos. Hoy Castro ya no encarcela a los homosexuales -aunque insiste en despreciarlos– pero se sirve de muchos de ellos para financiar su tiranía. Miles de chaperos cubanos se ofrecen por menos de nada a los gays europeos y canadienses que viajan al lupanar que con tanto éxito gobierna la reinona barbuda. Ya no quiere el coma-andante convertirlos en hombres. Lo único que les exige es que mantengan su enorme ritmo de trabajo. La robolución se avergüenza de sus pájaros, pero los necesita más que los necesitó nunca.
 
Javier Bardem aseguró no hace mucho que si fuera homosexual “se casaría mañana mismo para joder a la Iglesia”. Sinceramente, creo que en el Vaticano no preocuparía demasiado que el actor que encarnó en el cine a Reinaldo Arenas empate con quien le parezca más oportuno. Ya puestos, que Pilar le pida a Fidel que oficie la ceremonia. La madre del artista estaría encantada de ser la madrina de la boda. Así podría besar al más veterano de los sátrapas comunistas y pasearse en su carroza por La Habana. Pero que no se demore. Le queda poco. No a ella, al verdugo de José Mario y de Reinaldo Arenas.

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