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Cristina Losada

Carrusel de culpas

Ya lo dijo Ben Laden en febrero del 2003: “Los intereses de los musulmanes y los intereses de los socialistas coinciden en la guerra contra los cruzados”.

Era una rueda de prensa multitudinaria, la que daba Blair un día después de los atentados en Londres y al término de la cumbre del G-8. El corresponsal de El País hizo una pregunta. ¿Qué ha fallado, quiso saber, para que estos atentados se hayan producido? El premier británico meditó unos segundos, como si calibrara la profundidad de la trampa. Pienso, dijo, que quienes han perpetrado ese salvaje atentado contra personas inocentes son los únicos responsables. Nada añadió. Como si quisiera subrayar que la evidencia que acababa de decir, no es evidente. Y que se dieran por aludidos quienes, en estos trances, han proyectado y proyectan la culpa, y hacen de los verdugos, víctimas.
 
Como ya ocurrió el 11-S, como ya ocurrió el 11-M. De nuevo se pone en marcha el diabólico carrusel en el que son culpables todos menos los asesinos. Ken Livingstone, el alcalde de Londres, que sus buenos cables les ha echado a islamistas predicadores del odio, nada contestó cuando le preguntaron, en otro lugar, si la guerra de Irak sería la matriz que hubiera engendrado los últimos golpes del terror. Ken el Rojo calló, a pesar de haberse opuesto a la guerra. En España, en cambio, y en otros países, los parlanchines seguían la ruta discursiva de Galloway, el diputado que recibía dinero de Saddam.
 
Una ruta unidireccional y tapiada a ambos lados, en la que el culpable es uno, aunque multiforme: el Occidente rico, la economía de mercado, Estados Unidos. La culpa, decía un neoestalinista, es de Bush y Blair, que están matando a mujeres y niños en Irak. No los de los coches-bomba. El mundo, dicen frotándose las manos los que practican esa perversión moral, es menos seguro después de la guerra contra Sadam. Una guerra que no levantó en el mundo musulmán las protestas populares que surgieron cuando la del Golfo, y que ha abierto oportunidades democráticas en Oriente Próximo. ¿Acaso pueden decir qué hubiera ocurrido de no librarse? No hay caso. Las bombas de Bagdad, proclaman, estallan en Madrid y Londres. ¿Y en Nueva York? Ah, esos ya habían hecho del mundo un infierno.
 
Pero el infierno cuyas bombas nos azotan es de la especie de aquel que describió Joseph Roth. Quien también observó cuál era el boquete por el que entrarían las llamas: Europa se rinde. “Por debilidad, por desidia, por indiferencia, por irreflexión”. Eso era frente al III Reich. Ahora, los sucesores de quienes entonces aceptaron el pacto soviético con los nazis, aquellos que odian más al capitalismo de lo que aman la libertad, valor que para ellos es mercancía retórica, han agrandado el boquete. Ahora, han conseguido que millones de personas crean que los culpables de los ataques son los atacados: sus gobiernos elegidos, nuestra prosperidad, nuestra civilización. Han interiorizado el mensaje de los agresores.
 
Las manifestaciones contra la guerra de Irak, la presión a los gobiernos para que retiraran las tropas tras los secuestros, la decisión de ZP de salir de allí tras los atentados del 11-M, han puesto al descubierto el flanco débil de Occidente. Lo han hecho más vulnerable. El terrorismo crece cuando vislumbra victorias, y eso es lo que millones de personas e irresponsables gobernantes, como el nuestro, han dado a entender. Ya lo dijo Ben Laden en febrero del 2003: “Los intereses de los musulmanes y los intereses de los socialistas coinciden en la guerra contra los cruzados”.
 
El 11-S se abrió la disyuntiva para la izquierda, como para todo el mundo, de defender la democracia y la libertad frente a la amenaza islamofascista o de seguir la tradición y mantener como principal enemigo al de siempre. Una parte sustancial de la izquierda optó por lo segundo. Tanto le da que los islamistas hayan declarado la guerra a Occidente y a valores que la propia izquierda dice defender. Pues se ha cerrado el círculo de su evolución: no sólo abomina del capitalismo; es la civilización occidental, de la que ha nacido, la que desea ver en el basurero de la historia.

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