Una secta gay minoritaria actúa desde hace mucho tiempo en España como una agencia interpuesta de la izquierda. Otra más. Junto al ecologismo radical, el antiamericanismo pseudopacifista y el anticapitalismo revestido de tercermundismo, el movimiento gay completa el entramado agitativo dedicado a imponer la agenda política socialista.
El propio Zerolo, gurú de la movida rosa en el plano institucional, lo explica perfectamente cuando afirma que “un homosexual puede militar en cualquier partido político”, pero para ser gay es necesario convertirse antes a la fe progresista y tomar las aguas bautismales en la pila de la corrección política, pues «lo gay es un movimiento de transformación social, transgresor y de izquierdas (sic), como de izquierdas han sido todos los movimientos de liberación». La empanada teórica que bulle bajo su alborotada cabellera es de aúpa, pues en ningún sistema político, a excepción tal vez de las teocracias islámicas, se persigue con tanta saña a los homosexuales como bajo los regímenes marxistas (al parecer, los apaleamientos de homosexuales en las calles de La Habana sólo deben encoger el ánimo de los que no somos gays y de izquierdas). Ahora bien, reconozcamos que con el apabullante razonamiento del doctrino Zerolo queda solucionado de un plumazo el conflicto ideológico que provocan las persecuciones sistemáticas del socialismo: Castro, ya lo hemos subrayado, se ensaña con los homosexuales; no con los gays.
El movimiento gay, por otra parte, padece el mismo nivel de desorientación intelectual que el resto de la izquierda, con el odio profundo hacia la sociedad tradicional judeocristiana actuando como magma nutricio común. Sólo así se explican los ataques furibundos de los zerolos a la Iglesia Católica, que no tiene nada contra los homosexuales en cuanto a tales, sino que encarece que sean tratados con el máximo respeto y delicadeza (número 2358 del Catecismo romano), y sus simpatías multiculturalistas hacia el Islam, que los envía a la horca sistemáticamente.
Pero ninguna de estas contradicciones puede ser discutida en régimen de igualdad bajo la actual dictadura rosa. Con gran habilidad, el movimiento gay ha conseguido disfrazar la imposición abusiva de una voluntad minoritaria como la conquista de un derecho elemental hasta hoy pisoteado, a pesar de la evidencia de que con el matrimonio homosexual no se trata de reivindicar la igualdad de derechos –el matrimonio, encima, es en todo caso un repertorio de deberes–, sino de violentar el orden natural para dar carta de naturaleza jurídica a los deseos de una minoría. No se trata, por tanto, de un problema de “justicia”, sino de transformación radical de una institución social básica. Alfonso Guerra, tan socialista como Zerolo, salvo en lo más evidente, declaró una vez su gran pesar por no poder gestar y dar a luz a sus hijos, y no por ello demandó a la madre naturaleza ante el tribunal de Estrasburgo.
Por otra parte, la potencia de fuego mediático del infatuado “mundo gay” es tal, que hoy en día se puede discutir sobre células madre, la reforma de la enseñanza, la deforestación del Amazonas, los disparates de Carmen Calvo o el último ridículo informativo de la cadena SER si me apuran. Pero si alguien se atreve a cuestionar la legitimidad del lobby gay para modificar jurídicamente la estructura social de un país, la policía de pensamiento rosa hace valer sus prerrogativas imponiendo la censura inmediata (reaccionario, carcamal, homófobo, fascista y así hasta llegar a la acusación suprema: votante del PP). “Quien es homófobo también es xenófobo, machista y racista” es la sentencia preferida de Zerolo y la cifra de su pensamiento.
Con su abrumadora presencia en los medios creadores de opinión y el cariño con que les arropan las instituciones estatales (¡con este calor!), no se extrañen si como premio de consolación tras el fiasco de Singapur (ZP es gafe, ya lo saben) Zerolo y sus muchach@s no se traen a Madrid los próximos Gay Games. Y en la ceremonia de inauguración, encabezando el desfile, una exuberante carroza con Gallardón y María Jiménez de abanderados. Ele.