Es tal el prestigio del latín que los escritores actuales no solo introducen los conocidos latinajos sino que a veces se los inventan. La cosa resulta graciosa. A propósito de las últimas elecciones gallegas, Victoria Prego titula su crónica “Comicius interruptus” (El Mundo, 20 de junio, 2005). En latín no existe la voz comicius. Se dice siempre en plural comitia (= los comicios o juntas para elegir a alguien). Pero se trata de una especie de calambur latinizado, que siempre queda muy bien. Naturalmente, el juego de palabras es con coitus interruptus (= coito incompleto desde el punto de vista genésico). Por lo visto, la expresión latina da pie para más de un retruécano. Así, Blas Matamoro titula un artículo “Cogitus interruptus” (ABC, artes y letras, 699, 25 de junio, 2005). En latín no existe cogitus. En todo caso, esta coitus (= unión venérea), cogitatio (= pensamiento) o cogitatus (= lo pensado). Pero lo de cogitus queda bien como un ejercicio de retruécano. Hace poco dije yo en una conferencia celebrada en Valencia que “una hectárea de césped para un campo de golf es más rentable que una hectárea de alfalfa”. El comentario de un periodista de Valencia es que esa frase era un “retruécano”. Va a ser que no, como ahora se dice. El retruécano es un juego de palabras. Hay escritores que son verdaderos maestros en el arte del retruécano. Por ejemplo, “Erasmus” (José Luis Gutiérrez) en El Mundo. Pero el periodista valenciano utilizó lo del retruécano, en su ignorancia, como una especie de insulto.
Lo de los latinajos inventados forma parte de un género muy divertido que es el de las falsas frases hechas o las citas apócrifas. La explicación puede ser a veces una simple errata de imprenta (ordenador), pero la cosa tiene su gracia. Por ejemplo, Tomás Cuesta escribe: “esto es el acabóse, el ite misa est, el lasciate omni speranza”. (“Ni don César, ni nada”, La Razón, 28 de junio, 2005). Parece mentira tal cúmulo de erratas en una sola frase de un autor tal culto y pulido como Tomás Cuesta. Acabose no lleva tilde. Se dice propiamente Ite, Missa est (= os podéis marchar; la Misa ha concluido). El verso del Dante es Lasciate ogne speranza, voi ch’intrate (= abandonad toda esperanza, los que ahora entráis). Conste que Tomás Cuesta es uno de mis admirados comentaristas.
Javier Esteve Pradera (Madrid) no está muy de acuerdo con que el “sábado” venga de “Saturno”. Más bien lo identifica con el sabat de los judíos. Se trata de una coincidencia más. En latín el séptimo día de la semana es el dies Saturni. En inglés se ha conservado mejor ese origen: saturday. Pero al mismo tiempo en hebreo sabbath o algo parecido significa “descanso”. Mi impresión es que puede admitirse la coincidencia del doble origen. A saber si los hebreos no asociaban el descanso con Saturno, un dios que inspiraba en Roma jolgorios públicos. Por ejemplo, la lotería, que se permitía excepcionalmente hacia el 22 de diciembre.
José Enrique de la Rica aporta unas curiosas disquisiciones sobre los días de la semana. Acepta que “miércoles” sea el “dies Mercuri”, pero sostiene que el dios Mercurio quizá sea la traslación del dios germánico Wodan u Odin (voz llana), el inventor de la escritura. En el mundo germánico la feria cuarta se dedica a Wodan u Odin, lo que da las distintas versiones nórdicas del “miércoles”: woensdag (holandés), wednesday (inglés), odinsdag (islandés), onsdag (sueco, noruego). Sin embargo ─sigue don José Enrique─ en alemán el “miércoles” es Mittwoch (= media semana), “quizá introducido por los misioneros cristianos para borrar la memoria de Wodan. También en griego antiguo (el miércoles) era la hemera hermou (= el día de Hermes o Mercurio)”. Don José Enrique recuerda que tanto el Sol como la Luna eran planetas según el sistema de Ptolomeo. Así pues, Mercurio era el cuarto planeta (después del Sol, la Luna y Marte) y daba nombre al cuarto día de la semana.