Para decepción del frente anti PP, el incidente Piqué ha agotado su jugo. La forma en que ha sido zanjado confirma la autoridad de Rajoy, y el protagonista se ha disculpado sin dejar de mantener sus legítimos puntos de vista sobre la estrategia a seguir en la que considera una nueva etapa. La unidad de la España liberal-conservadora, indispensable para desplazar del poder al PSOE, no está en peligro. Como tampoco lo está la posibilidad de plantear desde dentro iniciativas diferentes y cualificadas en cuanto a la línea de acción política.
Obsérvese que todo esto se refiere a aspectos formales. En cuanto al fondo, el incidente puede ser interpretado como una excelente oportunidad para que el PP de Cataluña se replantee una serie de esquemas mentales y sobreentendidos en los que los actuales dirigentes vienen basando sus decisiones, línea de comunicación, relaciones institucionales y articulación con el proyecto nacional. Y también una oportunidad para interrogarse sinceramente acerca de la proximidad o distancia de los sobreentendidos de los dirigentes con los de su gente. Para preguntarse por qué muchos catalanes se salen de la corrección política local –del lenguaje y los tópicos sin riesgos de los medios de comunicación, el poder autonómico y municipal, la Universidad, los colectivos empresariales o culturales– y militan en el PP. O lo votan en silencio.
Un PPC con cierta masa crítica es indispensable en el escenario español. Cuando llegan elecciones generales, los problemas le surgen al partido en Cataluña y Andalucía, y si hay algo que los de Rajoy no pueden permitirse es seguir descendiendo en ambos lugares. No hay muchas explicaciones para que un político de la valía, experiencia y dotes comunicativas de Piqué no se alce con mejores resultados. Cuando se refiere a los grandes asuntos, sus intervenciones públicas son claras, eficaces y pedagógicas. Y sin embargo…