La Generalidad de Cataluña, presidida por los socialistas del PSC y apoyada por el Gobierno de Madrid, ha dado el visto bueno por el procedimiento del “silencio administrativo” (que acredita la complacencia política) a la utilización del periódico “Avui” cómo órgano de intimidación terrorista contra los intelectuales no nacionalistas y, en consecuencia, contra cualquier ciudadano no afecto al Gobierno PSC-ERC-IC. La experiencia editora de Godó y Lara han proporcionado a Maragall y Bargalló el respaldo técnico y empresarial para que esta estrategia de terror institucionalizado se presente diariamente en los quioscos de forma fácilmente confundible con un periódico. Pero es una vulgar, zafia y rastrera amenaza terrorista. Institucionalizada, oficiosa, pero terrorista.
Gracias a esa turbia confusión de discursos públicos y silencios privados que caracteriza a la sociedad catalana actual, capaz de embaularse el Tres por Ciento de corrupción y el hundimiento del Carmelo con la facilidad de un tragasables, hay sujetos cuyo dudoso mérito político es haber pertenecido a la banda Terra Lliure, a su brazo político el Moviment de Defensa de la Terra o a ambos, que pueden utilizar un periódico que pagan todos los catalanes para amenazar de muerte con nombres, apellidos y lugar donde encontrarlos, a los catalanes que también se sienten españoles y que se niegan a obedecer sus chulescos dictados separatistas, discriminadores y liberticidas. Eso no sucede ni siquiera en el País Vasco. Esos privilegios del terrorismo sólo los consagra la costumbre en Cataluña. Pero desde hace tanto tiempo que muchos lo consideran normal.
Es verdad que tras un cuarto de siglo de pujolismo la cobardía parece empapar todos los sectores sociales, intervenidos a través de la subvención o del miedo por un nacionalismo aplastante. Pero también es cierto que cuando el nacionalismo de izquierdas pretende ir aún más lejos de lo que fue el de derechas y cumplir su fantasía separatista de segregar Cataluña y romper España, se ha producido un doble fenómeno: una amplísima mayoría, según todas las encuestas, vuelve la espalda al frenesí de políticos y periodistas por labrar un Estatuto que dinamitaría la participación de Cataluña en el conjunto de España; y paralelamente, un poderoso movimiento intelectual de signo izquierdista se ha alzado contra la dictadura del nacionalismo recibiendo en poco tiempo miles de adhesiones, muchas de ellas clandestinas porque lo que se denuncia es una dictadura de verdad, un terror cierto. Acaso mayor ahora, con Maragall y Bargalló, que con Franco.