La deriva autoritaria del zapaterismo, que parafraseando a Lenin es sólo la enfermedad infantil del polanquismo, algo así como el sarampión del despotismo, está alcanzando niveles que serían hilarantes en Francia. Aquí, en la todavía llamada España, son sencillamente nauseabundos. Prohibir, como ha hecho el nunca suficientemente execrado Constantino Méndez, holograma del ministro Alonso, una manifestación de víctimas del 11M contra el cierre de la Comisión Parlamentaria que ni ha averiguado ni querido averiguar nada es una afrenta a las víctimas del terrorismo, a la libertad de expresión y manifestación, a las normas más elementales de higiene democrática y, en estos días de atroz ortodoncia fiscal, una miserable estafa a la ciudadanía. No pagamos impuestos para que el Gobierno nos detenga ilegalmente. No pagamos impuestos para que el Gobierno no nos permita ejercer las libertades públicas más elementales.
La seguridad del Congreso está garantizada por una razón esencial: la manifestación no es de izquierdas, como las que protagonizaban los socialistas, comunistas y separatistas, ahora instalados en el Poder y arrellanados en su abuso, cuando gobernaba Aznar. Sólo ha habido problemas en las manifestaciones de las víctimas del terrorismo cuando se ha personado algún socialista, por ejemplo Bono. Aparecer un demagogo progre en una pacífica manifestación de derechas y organizarse el lío es todo uno. Es que el lío lo trae puesto la izquierda. La Derecha no puede ser más formal. Tres manifestaciones seguidas con más de dos millones de personas en la calle lo demuestran.