Quienes mantienen que los niños no sufren, coinciden con quienes dicen que los hombres son sencillos. Caen siempre en el mismo género de error. Niegan la evidencia. ¿Quién en sus cabales puede repetir que el hombre es sencillo? Y sobre todo, después de haber visto “sorprendido”, en realidad, habría que decir que ha quedado estupefacto, al director de El Mundo, Pedro J. Ramírez, por el engaño de Montilla y Rodríguez Zapatero en el asunto de la concesión de las televisiones, ¿quién puede decir que el hombre es sencillo? A la luz de este tipo de ejemplos soy de la opinión de que nadie con dos dedos de frente puede mantener semejante sandez. O sea, el hombre es complejo y se autoengaña permanentemente; o sea, el hombre es enrevesado y juega a descubrir, cual Cervantes de hoy, el coqueteo incesante entre la cordura y la locura; o sea, el hombre no renuncia jamás a la locura para hallar la verdadera felicidad, pero, por desgracia, la mayoría de las locuras, como dijo el clásico, son torturantes y pavorosas.
El caso de Pedro J. Ramírez esperando justicia de un Gobierno injusto podía elevar a categoría, sin duda, los efectos torturantes y pavorosos que produce la locura. Ese tenue espacio entre la lucidez y la insensatez que tanto gusta a quienes, a pesar de todo, seguimos amando a don Quijote, cuando dice a Sancho: “El toque está en desatinar sin ocasión”. Eso es, creo, lo sucedido a Pedro J. Ramírez ante el Gobierno y su cruel ley de televisiones.
Como fuere, hay, entre la lucidez del editor de este periódico, que nos viene ilustrando desde hace años sobre la dictadura mediática o silenciosa de “nuestra débil democracia”, y la insensatez de Pedro J. Ramírez, que hace como si este Gobierno fuera genuinamente democrático, un plano de deslizamiento, algo parecido a una terrible tentación. En fin, entre la lucidez y la insensatez parece que muchos optan por hacerse los locos, esclavizar la realidad a las arbitrariedades del yo, y fingir cordura, como en el cuento del loco, para poder salir del manicomio.