En el Sahara Occidental se han reproducido los golpes, carreras, detenciones y amenazas contra quienes ponen en duda la “marroquinidad” de la ex colonia española. Esta vez fue en Dajla (ex Villa Cisneros), capital de Río de Oro. Y los gritos de los manifestantes fueron muy parecidos a los lanzados hace unas semanas en El Aiun: no a la asimilación marroquí, sí a la independencia.
Los portavoces marroquíes han desmentido por supuesto que las fuerzas de seguridad hubieran apaleado, torturado y encarcelado a los manifestantes, sus familiares y amigos tanto en Dajla como en El Aaiún. Pero cada días le será más difícil a la “potencia administradora” lo que está pasando allí: España cedió la administración del territorio en noviembre de 1975 a Marruecos y Mauritania, pero no la soberanía porque no podía hacerlo. El Frente Polisartio ha puesto en marcha una “intifada” que a imagen y semejanza de la palestina no se sabe muy bien cómo puede terminar. Este tipo de revueltas empiezan de una forma y pueden terminar de otra.
Marruecos se encuentra en una callejón sin salida en el Sahara: si acepta la celebración de un referéndum de autodeterminación es poco probable que la mayoría de la población vote por su incorporación al Estado marroquí. Pero si este referéndum se sigue aplazando la presión internacional y especialmente la de Naciones Unidas irá in crescendo. Cuanto más fragor y temblor populares se produzcan en las calles de Dajla, Smara o El Aaiun, más razones tendrán los independentistas para no cejar en su empeño.
Por el momento cualquier acuerdo entre las dos partes en conflicto es imposible. Y a medida que la violencia, las protestas y la represión consiguiente aumenten, más difícil tendrá el ocupante marroquí su papel de potencia colonial del siglo XXI.