Después de treinta años de asesinatos de ETA, después de los atentados del 11-M en Madrid, parece que la tragedia se ha apoderado de España. Sus malos ciudadanos y peores gobernantes son incapaces de contestar que los asesinos no doblegarán a nuestra escuálida democracia. Son incapaces de asumir que hay otro destino diferente al trágico. Quizá democrático. La dejadez de espíritu y la carencia de ánimo democrático llevó a una enorme masa a allanarse a las imposiciones de los asesinos el 14-M. Porque los asesinos del 11-M sabían con claridad lo que querían, ganaron. Consiguieron aterrorizar a una población sin alma hasta poner al frente a un gobierno más o menos títere. Los asesinos de ETA, como los del 11-M, también saben lo que quieren y, por eso, están logrando sus objetivos.
Los asesinos del 11-M, poco importa ahora saber quiénes fueron, forzaron un cambio de gobierno, o peor aún, un cambio de régimen político. Y hasta ahora, sin la menor duda, todo parece haberles salido a pedir de boca. El 14-M surgió un gobierno “extraño”, vicario del poderío terrorista, que hizo todo lo exigido por los “islamistas” o por sus socios: sacar las tropas de Irak, romper con EEUU, perorar cosas absurdas sobre una coalición de civilizaciones, etcétera, etcétera. En este contexto, y puesto ya a depender de terroristas, digo yo que dirían los dirigentes del PSOE, por qué no “negociar” con los de ETA, o mejor, y así ahorraban tiempo, si los 11-M habían conseguido lo exigido, ¿por qué negarse a aceptar lo que “nuestro” terrorismo lleva exigiendo treinta años? “Negociemos”, dijeron los muy necios, y satisfagamos sus demandas, mientras nosotros seguimos en el poder engañando a la aterrorizada población.
El programa de entrega a ETA tenía dos condiciones, en realidad, pillerías: primera, eliminar a las victimas del terrorismo; y segunda que los terroristas sólo negociasen con el Gobierno. Había que dejar fuera del poder al PNV; por lo tanto, las negociaciones entre el Gobierno y los terroristas debían ser al margen de lo pactado, en el Palacio de la Moncloa, entre Rodríguez Zapatero e Ibarreche. El Gobierno desconsiderando la maldad y, sobre todo, la inteligencia de los asesinos creyó que ETA jamás negociaría con los de su ralea ideológica, los nacionalistas, porque el PSOE estaba dispuesto a darle todo lo que pidiesen. ¡Pobres desgraciados! Al asesino cuando se le concede todo, quiere más. El Gobierno pensaba que bastaba con legalizarlos y darles un trozo de la tarta del poder. El Gobierno creía que era suficiente conseguir una especie de ERC a la vasca, a partir de ETA-Herri Batasuna-Partido Comunista de las Tierras Vascas, que pactara, junto a los desechos comunistas, con un PSE cuyo funcionamiento tendría las mismas características del horrible “invento” o mecano de Maragall en Cataluña. ¡Falso!
Todo ha devenido, en efecto, una falsedad. La perpetración de una ignominia contra el ciudadano español. El nombramiento de Ibarreche, como presidente del gobierno de la Comunidad Vasca, ha dejado al descubierto que no ha funcionado tan siniestra estrategia del Gobierno socialista. Éste, con su presidente a la cabeza, ha metido a los etarras en el Parlamento Vasco, pero éstos, lejos de abstenerse, han votado a Ibarreche. La conclusión es evidente. Quien marca la agenda política es ETA: por un lado, negocia directamente de tú a tú con el Gobierno de Madrid; y, por otro lado, hace cambalache y apoya al nacionalismo vasco en el Gobierno de Vitoria. ETA es, en cualquier caso, quien impone la agenda, los tiempos y el destino trágico de los españoles.