José Bono es un personaje político que no deja nunca de sorprender. Tras pedir que se elimine la palabra “guerra” de la Constitución Española, la surrealista explicación no tardó en llegar: ¡cómo permitir que el Rey pueda declarar la guerra, si toda guerra –en la peculiar visión de este gobierno socialista– sólo puede emanar de las Naciones Unidas!
La primera interpretación de la extravagante propuesta del ministro de defensa español se consideró como un problema lingüístico: eliminada la definición, eliminado el problema. La superficialidad del actual gobierno, con una política esencialmente de gestos y manejo de símbolos, podía llevar a pensar así. Pero la realidad es mucho más graves: lo que propone Bono es, en realidad, la eliminación de la soberanía nacional para decidir cómo y cuando defender nuestros intereses mediante el uso de la fuerza. Según su propuesta, sólo otros, los miembros de la ONU y no las autoridades españolas, son las instancias legítimas para poder declarar la guerra con total legalidad y legitimidad.
La paradoja es que una idea así, que desdibuja por completo los poderes y competencias del Estado Nacional, salga de la boca de quien para consumo doméstico se hincha manifestándose contra los nacionalismos que vampirizan a España. Al final, Bono en lugar de ser un defensor de España se ha convertido en un nacionalista del Consejo de Seguridad de la ONU.