A veces se les escapa y la palabreja vuelve a aparecer como en sus mejores tiempos. Y es que les cuesta decir “insurgencia”, término clásico y neutro, cuando en realidad lo que quieren decir es “resistencia”.
Todo empezó con Chirac. Había entrevisto la posibilidad de utilizar la crisis de Irak para alejar a los europeos de Estados Unidos y para empantanar a estos últimos en un nuevo Vietnam. En un acto reflejo lleno de maldad se refirió a todos aquéllos que de una u otra manera combatían a las fuerzas norteamericanas como “resistencia”. Un término también clásico que hace referencia al pueblo en armas frente a un invasor. Era una forma de legitimar el asesinato de soldados norteamericanos o de iraquíes “colaboradores”. Porque ser iraquí y luchar por la imposición de la democracia sólo podía considerarse como un acto de traición a la patria.
La izquierda española, y parte de la europea, acogieron con alborozo la aportación francesa. Puede ser una variante del viejo síndrome de Estocolmo, pero los retoños del 68, los que se formaron tirando adoquines en París, o soñando que los tiraban, sienten por su antiguo represor, por quien en aquellos días históricos tenía la responsabilidad de dirigir el Ministerio del Interior en un París abandonado por el general de Gaulle, una especial devoción. Todos condenaban la intervención militar, reclamaban la condición de resistentes para los violentos y a los iraquíes de a pié les reservaban el derecho a ser parte de una dictadura progresista árabe.
Pero lo que entonces ya sabíamos se fue haciendo más y más evidente: la gran mayoría de la población estaba en contra del régimen baasista y a favor del establecimiento de una democracia, los violentos eran restos del aparato represor del anterior régimen o islamistas extranjeros vinculados a al-Qaeda, éstos últimos ganaban protagonismo en una estrategia dirigida a impedir la creación de un nuevo estado, lo que se expresaba en el asesinato de policías, militares, políticos y ciudadanos de a pié. Chirac, en un acto más de torpeza política, en otro ejemplo de su instinto táctico y de su carencia de visión estratégica, había equiparado a Charles de Gaulle con Osama ben Laden, a la Francia Libre con al-Qaeda.
Por el placer de deslegitimar la intervención aliada la mayor parte de los medios españoles estuvieron legitimando la acción del terrorismo islamista en Irak, el mismo terrorismo que había provocado el 11-M. Les costó entenderlo, pero al final se decidieron por retirar el término de la circulación. Después de las elecciones legislativas resultaba escandaloso hasta para ellos. Creo que los lectores o las audiencias radiofónica o televisiva merecían una explicación, pero no lo consideraron oportuno.