Los dos hombres que habitan en el Fiscal General siguen librando su lucha sin cuartel. El condenado Conde condesciende y el Pumpido pompea pompeyano. Pugna el uno por atenerse al principio de legalidad, forcejea el otro para servirle en bandeja las arbitrariedades y el abuso a su señor. La idea de intimidar a potenciales manifestantes, a ver si se quedaban en casa, no ha funcionado. Como además la multitud se ha comportado con exquisitez, el ridículo de la logia está siendo espantoso. Conde no se condona a sí mismo esta deuda.
La condición de Conde se condensa, cuaja el divorcio entre el jurista intachable y el torvo comisario. La conducta de Conde condimenta el condumio de la secta. Ya no lo condecoran condestables; acaso condotieros de carné. Condiscípulos mustios se conduelen por esa conducción torcida, impropia: el justiciable al que un día dio equidad podría acabar hoy ajusticiado si gana el doctor Hyde.
Otras gentes, agentes del partido, trabajan en asustar al adversario. Son menos interesantes. Burócratas fugazmente elevados por la inmerecida autoridad. Volverán a las sombras. Como humorista, el mendaz delegado no tiene gran futuro. Porque ver las imágenes del sábado y llevarse los dedos a la lengua –uno, dos, tres- para soltar “ciento sesenta y seis mil” es una broma, claro. Le conviene leer a Marx (Groucho) para salir corriendo de la cofradía que le admite y, de paso, aprender el arte de la comedia. La reducción de lo que todos vimos a menos de su décima parte no resulta jocosa. En el chiste, la distorsión ha de ser más clara. Por ejemplo: “como saben, nadie ha acudido a la manifestación a favor de la familia”. O bien: “los veinte obispos recorrieron un Madrid desierto mientras el pueblo se volcaba en la fiesta de Carlinhos Brown”. Siga intentándolo, Méndez.
En cuanto a las televisiones, se repite lo de la concentración de Salamanca. La Primera ha vuelto a sacar a Landa, esta vez acompañado de Laura Valenzuela y Conchita Velasco: Las que tienen que servir. Título que les va a todos que ni pintado: al doctor Jekyll, al cómico aprendiz y al ente público, los que tienen que servir a Zapatero en su compulsión fratricida.