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José García Domínguez

La querella

Las querellas del histrión pueden ir contra Salamanca, contra la COPE o contra el lucero del alba, qué más da. Pero la otra, la seria, la de verdad, ésa que ha firmado el catalanismo político del siglo XXI en pleno, va dirigida contra España

Los economistas que estudian el fenómeno hablan de una teoría de las expectativas racionales. Mas los teóricos de otras ciencias prefieren referirse a él utilizando la expresión profecía autocumplida. Por lo demás, unos y otros suelen alternar el corintio tardío con el barroco plateresco al definirlo en esos trabajos que exigen ahora para justificar lo de los sexenios. No obstante, fuera de las aulas, todos coinciden en que la mejor aproximación a la idea fue aquella que nos repetían los papás de pequeñitos: “Hijo mío, en esta vida serás lo que te propongas”.
 
Ejemplos, hay a mansalva. Sin ir más lejos, a principios de los ochenta, la Barcelona del Audi negro y el banderín se conjuró para convertirse en un Sabadell con puerto de mar. De entrada, no parecía fácil empeño. Sin embargo, con el esfuerzo de la flor y nata de las fuerzas vivas, en sólo un cuarto de siglo lo hemos logrado. Que la Ciudad de los Prodigios se haya plegado a donar el cetro del Emperador del Paralelo a ese Garibaldi de las Ramblas ha sido la prueba definitiva del éxito en el trance.
 
Sin duda, en elementos como él debía estar pensando el Doctor Samuel Johnson cuando definió el patriotismo como “el último refugio de un canalla”. Aunque la estampa cómica de un tipo con pinta de dependiente de ultramarinos anunciando a berridos un sendero luminoso de pan con tomate no debiera extraviarnos en lo accesorio. Porque la vulgaridad intelectual del personaje a menudo consigue difuminar su rasgo más notorio: la normalidad absoluta, canónica, de sus dislates.
 
Cierto es que sólo Dios debe saber cómo se llama, pero, por lo demás, nada hay de original, herético o extraño en su discurso. Así, como se llame se limita a repetir –sin apartarse ni un milímetro del guión– todos y cada uno de los objetivos programáticos que el catalanismo político asumiera ya en la Transición. Entiéndase bien, no discutimos aquí que suyo sea el papel del tonto, pero sí que la Historia (así, con mayúsculas) reserve el personaje del Malo (también, con mayúsculas) a un simple secundario.
 
Nadie se llame a engaño. Las querellas del histrión pueden ir contra Salamanca, contra la COPE o contra el lucero del alba, qué más da. Pero la otra, la seria, la de verdad, ésa que ha firmado el catalanismo político del siglo XXI en pleno, va dirigida contra España. Y negarse a verlo, por candidez, por miedo o por pura desidia, es dar el primer paso, el decisivo, para consumar otra profecía autocumplida. Una que será ejemplo de libro.

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