No ha hecho falta más. Dos manifestaciones y los nervios han empezado a aflorar por doquier en el Gobierno y en su entorno ideológico-mediático. Apenas sin tiempo para digerir el millón de personas que se congregó en el centro de Madrid el 4 de junio, los mandarines socialistas y su leal cohorte de medios afines se han atragantado con los cien mil de Salamanca. Las convocatorias, además de multitudinarias, fueron ambas un ejemplo de civismo y urbanidad. En ninguna de las dos; ni en la ciudad del Tormes ni en la del Manzanares, se registró un solo altercado, una sola pintada o una simple amenaza. Muy lejos, como puede apreciarse, de aquellas baraúndas del “No a la Guerra” y del “Nunca Mais” que solían terminar con lunas rotas, paredes pintadas y el asalto a la sede del PP correspondiente.
La izquierda, que había previsto la irrupción de la extrema derecha para esta ocasión, se ha quedado con un palmo de narices. Los cientos de miles de ciudadanos de toda España que, en las últimas dos semanas, se han echado a la calle exigiendo justicia y respeto no han cumplido con el papel que los estrategas de Zapatero les habían adjudicado. Y eso, naturalmente, fastidia. Y mucho. Carod, por ejemplo, se ha agarrado a una solitaria pancarta en la que, según él, se le amenazaba de muerte y ha puesto el grito en el cielo anunciando querellas a diestro y siniestro. Flaca memoria la del republicano cuando no hace tanto tiempo eran los cachorros de la Esquerra los que empapelaban Cataluña tachando a los populares de “asesinos”.
En este ambiente de desconcierto, en el que la necesaria consigna no ha llegado a tiempo, algunos han sido víctimas del desbarajuste. Lorenzo Milá, presentador estrella de la segunda edición del Telediario, tuvo un patinazo de envergadura hace dos días en un chat con los internautas de la edición electrónica de El Mundo. A la pregunta de un participante sobre las manifestaciones respondió:
“[...] en el PP han descubierto lo que otros partidos, sobre todo la ilegalizada Herri Batasuna, practica desde hace mucho tiempo: autobús y bocadillo para todos de forma que en cada convocatoria, aunque no sea relevante, están todos y hacen mucho ruido. A mi siempre me parece muy bien que la gente diga lo que quiera, siempre que mantenga las reglas del respeto personal.[...]”