El Gobierno ha sido sorprendido en su propia mentira. El ministro de Defensa, con la ayuda inestimable del Fiscal General del Estado, ha decidido lanzarse al ataque para intentar amortiguar un daño que en política es irreparable: el cambio intencionado de la realidad.
Bono ha anunciado que se va a personar en la causa sobre la agresión que, dice, sufrió durante la manifestación de las víctimas del terrorismo el pasado mes de enero en Madrid. Una agresión que nadie ha visto, pero sobre la que ahora insiste -de repente-en que hay fotografías e imágenes que muestran los golpes. ¿Dónde están esas pruebas? ¿Qué razones tendría Bono para ocultarlas durante tantos meses bajo siete llaves? Si esas imágenes son tan rotundas, ¿por qué ese ocultamiento?
Lo que ya roza el populismo más atroz es que el ministro diga que nadie le hizo sangre, aunque sí le golpearon. Bueno, parece que al señor Bono se le ha olvidado que el problema de todo esto es que se ha detenido a dos militantes del Partido Popular de forma ilegal utilizando las más burdas maneras franquistas. Ese es el problema, mejor dicho, ese es el delito cometido en contra de las libertades más básicas de cualquier democracia.
Lo cierto es que escoltas y policías presentes en el polémico momento han declarado que no hubo agresión al ministro; e incluso alguno de ellos ha explicado que hubo detenciones sin pruebas porque así lo pidió la "autoridad competente". Aquí hay muchas responsabilidades que asumir. Empezando por el ministro Bono, continuando por el Delegado del Gobierno y terminando por el ministro del Interior. Responsabilidades que deberán asumir hasta el final.
A estas alturas la historia no tiene fácil defensa para el Gobierno, pero faltaba Cándido para arreglarlo, y ya ha entrado en escena. El Fiscal General del Estado ha dicho que la "actitud vociferante" de las personas que estaban cerca del ministro les hace sospechosos de ser agresores. Sinceramente es para echarse a temblar. Con esta afirmación no es una exageración decir que estamos en un estado policial. Por cierto, Conde Pumpido en un estadio de fútbol se puede volver loco deteniendo: ¡Miles de personas gritando, qué horror!