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Hana Fischer

¿Pragmatismo o falta de escrúpulos?

La gran pregunta es: ¿cuánto peaje hay que pagar a la realidad? ¿Cuánto ajustarse a los principios éticos? Y ¿cuándo se trata de simplemente falta de escrúpulos?

La gente no suele tener una buena opinión de los políticos. En Latinoamérica, ese “sentimiento” está muy arraigado. Sin embargo, somos conscientes de que, al menos por el momento, la existencia del Estado es un mal del cual no se puede prescindir. Dada esa realidad, se elaboran distintas concepciones para tratar de definir cuál debe ser la esencia de “hacer” política.
 
Una de las definiciones que más gusta a los políticos es que “el gobernar es el arte de lo posible”. Esa es una definición a la “medida” para justificar errores, omisiones y hasta la corrupción material o moral. Porque si nos atenemos a esa tesis, entonces la culpa de los desastres ya no es de los gobernantes sino de las circunstancias.
 
Resulta elocuente que en el ámbito privado, en el mundo empresarial o de cualquier otra organización civil, jamás se admitiría esa visión. Las cúpulas son consideradas las responsables, tanto de los fracasos como de los aciertos. Así se ven a sí mismas y así también lo perciben los demás.
 
Y el mundo es uno solo. Por más que se haya querido dividir a las acciones humanas en “públicas” o “privadas”. También al derecho e inclusive a la moral. Pero ya es lugar común que los gobernantes suelan achacar sus propias debilidades a “factores externos” o ajenos a su voluntad.
 
Hay algunos líderes políticos, la excepción, que consideran que “la política es el arte de hacer posible aquello que es necesario”. Los que se afilian a ese axioma, si llegan al poder, dejan una huella imperecedera y sus países dan un vuelco positivo y radical. Tal fue el caso de Inglaterra bajo la égida de Margaret Thatcher. Ella inyectó vitalidad a la vieja Albión, cuando parecía que ya nada ni nadie podría evitar su decadencia.
 
Al tratar de comprender a nuestro planeta, hay dos autores que resultan ineludibles. Uno es Raymond Aron y el otro Jean-Francois Revel. Ambos hacen una interpretación de los hechos bastante diferente. Pero leyéndolos a los dos nos damos cuenta que en realidad son complementarios.
 
Aron interpreta el acontecer, con los pies bien puestos en la tierra. Por eso es que sus análisis suelen ser secos. De ese modo, acostumbra defraudar a los “idealistas”. Pero es quien mejor interpreta a la “realpolitik” o pragmatismo del poder, lo cual es fundamental en cualquier diagnóstico serio.
 
Revel, por el contrario, de forma apasionada defiende el quehacer “moral” en los asuntos políticos. Con ironía filosa desnuda falacias y procedimientos poco éticos.
 
Aron nos ayuda a tener siempre presente que los mandatarios deben moverse en un mundo “real”. Revel nos recuerda en forma permanente que, justamente por eso, es deseable que haya autores cuya voz sea una especie de “conciencia moral” que oriente a la acción política.
 
La gran pregunta es: ¿cuánto peaje hay que pagar a la realidad? ¿Cuánto ajustarse a los principios éticos? Y ¿cuándo se trata de simplemente falta de escrúpulos?
 
En Uruguay, la izquierda luchó durante más de treinta años por alcanzar el poder. Finalmente lo logró y hoy es gobierno. Para eso recurrió a cualquier método, con el fin de “acumular fuerzas”. Apoyó a tirios y troyanos en sus respectivas demandas.
 
Entre ellas, la más reciente fue su apoyo activo al llamado “plebiscito del agua” que pretendía nacionalizar de forma inmediata el suministro de agua y el saneamiento.
 
Desde el extranjero, el entonces candidato presidencial Tabaré Vázquez decía que su eventual aprobación no afectaría inversiones ya realizadas. Dentro del país, a los sindicalistas que propusieron e impulsaron la enmienda les expresaba que la reforma constitucional se aplicaría al pie de la letra. Y al pueblo le decía que votara para que “el agua sea nuestra”. La propuesta nacionalización fue respaldada por 62% de los uruguayos.
 
Pero, recientemente, un decreto del Poder Ejecutivo habilitó la continuidad de las empresas privadas que brindan servicios de agua corriente y que tenían contratos con el Estado. ¿Pragmatismo o falta de escrúpulos?

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