Cuando los europeos ven a los balseros cubanos huyendo de su país en un carro decimonónico transmutado en estrafalaria barcaza, admiran su ingenio y su capacidad para “resolver”, pero en muy raras ocasiones recuerdan el sufrimiento y la angustia de los que intentan huir de un régimen que sólo les ofrece cárcel, hambre y patrañas.
Tal vez las víctimas de Castro sean muy ingeniosas –no les queda otra si quieren escapar o sobrevivir– pero es propio de burgueses desalmados olvidarse de su desesperación. Conozco a decenas de españoles que viajan a Cuba con cierta regularidad. Regresan encantados de la Isla de las doscientas cárceles. Ninguno se queda allí, pero a su vuelta hablan sin parar de “la alegría de un pueblo que disfruta de la vida en condiciones muy adversas”. Y es que hay gente para todo. Capaz de querer para otros lo que no sería capaz de soportar.
Por mucho que lo intento no logró ponerme en el lugar de los que se divierten en medio de tanta desolación. Salí de Cuba de pequeño y nunca volví. No quise ayudar a financiar la barbarie. Ahora –aunque quisiera que va a ser que no– ya no podría disfrutar de las delicias que ofrece el apartheid comunista. El régimen que les robó a mis padres lo poco que tenían me sigue considerando cubano, pero no dudaría en meterme cocaína en la maleta o en acusarme de trabajar para la potencia enemiga. Incluso a mí –que salí de niño, que poco daño puedo hacerles y que me siento mucho más español que el Pasmo de Triana– me han acusado de cobrar de la CIA y he recibido alguna velada amenaza. ¿Qué no les harán a otros?
No hace mucho me advirtieron desde un engendro castrista de que tuviera “cuidado con el arroz”. Ya lo tengo por la cuenta que me tiene. Aún recuerdo el miedo que les tenían mis padres. Y es que aunque no fuimos de los que más sufrieron, vivimos experiencias que un niño no olvida fácilmente. Jamás volveré mientras sigan los que están, sus herederos o los amigos de éstos. No necesitan recordármelo. Me consta que los verdugos de los que creo escapé también son capaces de demostrar un enorme ingenio a la hora de asustar a los que consideran enemigos de su robolución.
Últimamente están muy crecidos desde que el Gobierno de Zapatero les ofrece diálogo y les recibe con honores. Pero se equivocan una vez más. Sus víctimas –como las de sus amigos etarras– no renunciaremos a la memoria, a la dignidad y a la justicia. Queremos poder demostrar que no exageramos cuando hablamos de tortura, cárcel, muerte y esclavitud. No vamos a ceder la verdad. A los castristas sí se les pasó el arroz. Ya es muy tarde para el olvido. Lo prueba una vez más el hecho de que un grupo de cubanos del exilio ha tenido la iniciativa de crear SOS Justicia. Ruegan que no se pacte con sus verdugos ni con sus herederos. Recuerdan que muerto el perro no se acabó la rabia, y que si no se juzgan sus crímenes y –como también hace Zapatero con ETA– se les ofrece todo el tiempo del mundo para rectificar, sus víctimas podrían administrar a su modo una justicia que no tardaría en convertirse en la peor de las venganzas.
No piden más que lo que pediría cualquier hombre libre:
- Que se cree un banco de denuncias con las violaciones de derechos humanos cometidas en Cuba desde 1959.
- Que se investigue, procese y administre justicia en cada una de las reclamaciones que conforman este banco de denuncias.
- Que se restituya la Constitución de 1940 y demás códigos vigentes abolidos por los comunistas.
- Que la sociedad cubana –previa y debidamente informada– decida en consulta popular si quiere continuar participando en organismos internacionales que comulgaron con el régimen opresor como la Organización de Naciones Unidas.
- Y que el pueblo de Cuba elija si quiere mantener relaciones comerciales con individuos y corporaciones que negociaron con la minoría comunista en perjuicio de la generalidad de la nación.