Dennis Prager
Allá por los años 70 envié una donación a Amnistía Internacional. Tan pronto como oí que había un grupo que se había formado para combatir la tortura, sabía que tenía que apoyarlo.
Desgraciadamente, como casi todas las agrupaciones internacionales y la mayoría de las nacionales, la Izquierda se apoderó de Amnistía Internacional y degeneró en otra organización predeciblemente antiamericana y moralmente destructiva.
Esa degeneración fue muy clara hace unos años cuando Amnistía Internacional incluyó en su lista a Estados Unidos como uno de los grandes violadores de los derechos humanos porque ejecuta asesinos. La incapacidad de la organización para distinguir moralmente entre ejecutar asesinos y ejecutar a gente inocente significa que Amnistía Internacional es peor que inútil; lo bueno que haya hecho no obstante, se está convirtiendo en dañino para la causa de los derechos humanos.
Amnistía Internacional alcanzó el nadir hace dos semanas cuando la Secretaria General de la organización, Irene Khan, tildó el campo de prisioneros en la Bahía de Guantánamo como “El Gulag de nuestros tiempos”. Y en vez de despedirla, Amnistía Internacional ha salido en su defensa. Entre sus defensores está el jefe americano de Amnistía Internacional, William Schulz, quien aparentemente ama a su país tanto como ama la claridad moral. Dijo en el programa de Chris Matthews' "Hardball" que reconoce que hay una diferencia de “escalas” entre el Gulag y Guantánamo, pero que por lo demás la comparación es adecuada.
Para que quede constancia, en Guantánamo hay unos 520 prisioneros, la gran mayoría, si no todos, han sido arrestados en la guerra contra el terror. Eran terroristas no uniformados que no están bajo las reglas de la Convención de Ginebra sobre prisioneros. Pero aún si hubiesen usado uniformes, tendrían que esperar a que terminasen las hostilidades para ser liberados. Tienen, de acuerdo a Schulz, tratamiento médico, una buena dieta que respeta sus códigos religiosos y se les permite practicar su religión.
Ahora comparemos los cálculos de 20-30 millones de prisioneros enviados a la sarta de campos a través de la Unión Soviética. No tenían tratamiento médico, se les servía raciones de comida inadecuadas para la supervivencia humana, se congelaban y trabajaban hasta morir por millones. Y encima, virtualmente todos a los que allí enviaban eran totalmente inocentes de cualquier crimen. Cada prisionero del Gulag habría dado lo que fuese por ser prisionero en Guantánamo.
Llamar a Guantánamo “Gulag” mancilla a Estados Unidos y trivializa el sufrimiento y las muertes de millones y millones de personas inocentes. Pero eso no importa a las organizaciones izquierdistas y a sus defensores en los medios de comunicación masivos. Lo que importa es el odio al Presidente Bush.
La apoteosis de la confusión moral de los progres, o sea, la página editorial del New York Times, escribió: “Lo que Guantánamo ejemplifica... puede o no recordarnos la extendida red de colonias penales estalinistas de la Unión Soviética”. O sea, ¡Guantánamo “puede o no” ser comparado con el Gulag! Vaya posición más valiente.
La rara excepción al silencio de los medios de comunicación (quitando a la página editorial del Wall Street Journal, la gran página editorial conservadora) fue el Washington Post. Y la razón por la que el Post condenó a Amnistía Internacional fue porque Anne Applebaum, autora del trabajo más completo hasta hoy sobre el Gulag, se sienta en el consejo editorial del Post. Ella sabe lo inmoral que es esa comparación.
Ella sabe lo que pasó en el Gulag. Pero yo creo que la mayoría de los miembros de la prensa no lo saben. La confusión moral de la izquierda y el rencor contra Estados Unidos y el Presidente Bush no son las únicas razones para la amplia aceptación de la calumnia de Amnistía Internacional contra Estados Unidos y la trivialización de los horrores de Stalin. Lo otro es pura ignorancia de la Historia –especialmente en lo que se refiere a las atrocidades comunistas– entre la mayoría de los periodistas del mundo entero. Un informe de Associated Press del 26 de Mayo describía el Gulag de esta manera: “Miles de prisioneros de los llamados gulags murieron de hambre, frío, maltrato y agotamiento”. Así se publicó en el Washington Post y en otros tantos innumerables periódicos.
¿Miles? Así son nuestros principales medios de comunicación. Estoy seguro que el periodista promedio tiene poca idea de a cuánta gente asesinó Stalin en el Gulag.
Así es que, para que quede constancia, aquí van algunas comparaciones entre el Gulag y Guantánamo, cortesía de David Bosco y publicado en The New Republic:
Personas detenidas:
-Gulag: 20 millones.
-Guantánamo: 750 en total.
Número de campos:
-Gulag: 476 instalaciones separadas que contenían miles de campos individuales.
-Guantánamo: 5 pequeños campos en la base militar americana en Cuba.
Razones para ser encarcelado:
-Gulag: Esconder grano, tener demasiadas vacas, necesidad de trabajo esclavo, ser judío, ser finlandés, ser de clase media, tener contacto con extranjeros, no acostarse con el jefe del contraespionaje soviético, hacer alguna broma sobre Stalin.
-Guantánamo: Luchar con los talibanes en Afganistán; ser sospechoso de tener conexiones con Al Qaeda y otros grupos terroristas.
Visitas de la Cruz Roja:
-Gulag: Ninguna, Bosco no pudo encontrar ni una.
-Guantánamo: Visitas periódicas desde Enero de 2002.
Muertes como resultado del maltrato:
-Gulag: Por lo menos de dos a tres millones (Bosco se queda corto).
-Guantánamo: No hay informes de ninguna muerte de prisioneros.
Si Amnistía Internacional no despide a Irene Khan y no se retracta de su comparación obscena, no se merece ningún respeto o apoyo. Una nueva organización no izquierdista y antitortura debe ser constituida.
©2005 Creators Syndicate, Inc.
©2005 Traducido por Miryam Lindberg
Dennis Prager es periodista y comentarista radiofónico muy respetado en Estados Unidos, su programa se transmite desde Los Ángeles diariamente desde 1982. Sus artículos aparecen en grandes publicaciones americanas como The Wall Street Journal, Los Angeles Times, Townhall y el Weekly Standard.
Libertad Digital agradece a Dennis Prager y a la Fundación Heritage el permiso para publicar este artículo.