El esperado encuentro entre los presidentes surcoreano y norteamericano se celebra sin grandes expectativas de éxito. Hace tiempo que la relación propia de dos aliados quedó atrás. Superada la Guerra Fría, el gobierno de Seúl ha ido evolucionando hacia una posición bien distinta. Considera a los Estados Unidos como una potencia regional más, cuya política en vez de beneficios puede ocasionar perturbaciones en el equilibrio regional.
Corea del Sur no espera un ataque de su vecina del Norte, pero está extremadamente preocupada porque su grave situación económica y su delirante régimen político pueden provocar el colapso del estado y tendrían que hacerse cargo de una sociedad arruinada y desmoralizada. Cualquier política de presión sobre Pyongyang podría tener ese resultado o, peor aún, desatar una guerra con resultados fatales para todos los coreanos.
No hay duda de que Corea del Norte es un problema internacional, por su relevante participación en la proliferación de tecnología nuclear y de misiles, pero su equivalente del Sur no lo percibe como una amenaza directa. De ahí que se haya producido una quiebra estratégica con Estados Unidos.
Seúl ha descubierto intereses comunes con China. Allí busca mercados y un entendimiento diplomático que descansa tanto en la necesidad de llegar a acuerdos con un vecino tan poderoso como a la histórica desconfianza respecto de Japón. Más aún, el creciente acercamiento entre Estados Unidos y Japón, sobre los fundamentos estratégicos de la Guerra contra el Terror, aleja a Corea del Sur de su antiguo gran aliado. Ni el gobierno chino ni el surcoreano parecen tener una política para gestionar la crisis norcoreana, pero ambos, por muy distintas razones, coinciden en mantener el statu quo.
Para Estados Unidos la cuestión norcoreana no es local o regional, sino global. No se trata de este o aquel régimen, sino de uno de los focos más importantes de proliferación. Sin Corea del Norte, Pakistán no habría obtenido el arma nuclear, y los programas libio o iraní, por citar sólo dos, no habrían llegado al nivel que, poco a poco, vamos descubriendo. Ya se ensayó sin éxito la negociación bilateral en tiempos de Clinton y sólo se lograron acuerdos incumplidos y mentiras. Ahora sólo caben acciones multilaterales y acaso el uso de la fuerza.
Mientras tanto, Japón va asumiendo las características del nuevo entorno estratégico y, poco a poco, avanza hacia una revisión en profundidad de su política exterior y de defensa, buscando un serio compromiso con Estados Unidos, al mismo tiempo que acepta el papel relevante que le toca en el ámbito de la defensa. Van quedando atrás los años de la postguerra y la sociedad nipona reconoce la necesidad de dotarse de un ejército moderno y poderoso.