Una de las conclusiones más llamativas del informe con el que el PSOE pone punto y final a la comisión de investigación sobre los atentados del 11-M es que la amenaza islamista sobre España persiste todavía. Es decir, que España sea un objetivo del terrorismo islámico es independiente de si el gobierno envía tropas a Irak o no. El PSOE en esto tiene por una vez razón. Irak pudo ser un factor contribuyente para el timing de los ataques del 11-M, pero no su causa. De hecho, la presencia de tropas españolas en Afganistán sigue siendo vista por Bin Laden y sus secuaces como un acto de invasión de tierra musulmana.
Ahora bien, la salida de Afganistán tampoco nos traería una mayor tranquilidad. Para Bin Laden –lo ha dicho reiteradamente– España no es España, sino Al Andalus, tierra de esplendor para la cultura musulmana pasada, parte natural del califato. En la medida en que no podemos ni debemos borrar nuestra Historia ni tampoco convencer a Bin Laden de que sus ideas son descabelladas, mientras Al Qaeda persiga instaurar de nuevo una era de dominación musulmana en sus antiguos territorios, España será un objetivo potencial para sus ataques. Nos atacarán cuando lo crean convenientes para sus planes.
El problema es que el gobierno de Rodríguez Zapatero ha hecho muy poco para mejorar nuestra capacidad de defensa frente al terrorismo islámico: se ha contentado con incrementar un poco la plantilla del CNI, que tan estrepitosamente fracasó ante el 11-M, aumentar los traductores de árabe y poco más. Nuestras fronteras siguen siendo tan permeables como antes, la capacidad de obtener información sigue siendo la misma y los elementos para disuadir o represaliar a los terroristas se han desmantelado en este año. Rodríguez Zapatero ha puesto toda su fe en dialogar con el mundo árabe para ver si con su llamada alianza de Civilizaciones los terroristas nos consideran sus amigos en lugar de territorio a reconquistar.